Unos años atrás, Christian, el caminante más tranquilo de toda la Antica Trasversale Sicula, un toscano que completó los seiscientos setenta kilómetros de trayecto con su misterioso perro Pilu, me preguntó:
-¿Es cierto que el actual Papa de Roma estuvo involucrado en la muerte del Che Guevara?
Me quedé de piedra, había escuchado todo tipo de versiones, de tergiversaciones, de suposiciones, unas más acertadas que otras, de disparates y de verdaderos hallazgos acerca del destino fatídico de mi tío, pero nunca algo que se pareciese a aquello.
-Ni la más remota idea- le respondí y lo invité a que desplegase su versión. Christian llevaba años en la meditación y en la vida espiritual, por lo que su explicación vagaba entre jesuitas latinoamericanos, el Vaticano, Krishnamurti u Osho. Pero aún así me pareció brillante que entre un pueblo y otro de campesinos sicilianos un místico de la Toscana me preguntase esto tan solemnemente, la pauta de lo que el hermano de mi padre había pegado en tierras itálicas desde su propia muerte la conocía y la que podría generar Bergoglio cabía suponerlo, pero no podía imaginar que la mística uniese a estos dos argentos de manera tan sorpresiva, como si hubiese que salvarlos de las consabidas famas de sus rasgos y dotarlos de una vida paralela donde pudieron hacer lo contrario a lo que los conmina el tiempo y el espacio de esta dimensión compartida.
Cabía cierta lógica ya que en los años sesenta los jerarcas religiosos y los comunistas eran irreconciliables, pero en la actualidad habrían encontrado un espacio en el que dar rienda suelta a pasos tangibles sobre los senderos de la actual aritmética mundanal.
Me pareció fabuloso, y nunca mejor dicho porque su imaginería o conexión con esos otros mundos conformaban una fábula sin moraleja, un Ave Fénix y un Unicornio, un Grifo y una Harpía.
Un Bergoglio que asistía a sus misas, a sus obligaciones del espíritu y mandamientos de la conciencia, de barrios obreros a villas miserias, primero en bicicleta, luego en transporte público hijo de la tradición jesuita de estar de cuerpo presente en los penares de la evangelización , querido por todo su barrio, sus parientes, los feligreses de sus parroquias a lo largo de su camino de ascenso en la pirámide vaticana, tan difícil en los años que le tocó no sólo por la lejanía sensorial más que geográfica del confín del mundo salvaje, a la Roma de los Borgia, sino por las corrientes tan distantes de la jesuita que dominaron la Iglesia en tiempos de Karol Wojtila y de Ratzinger.
Sin embargo el mundo de repente asistió a como se hacía papa, aquel ex novio de una mujer alegre, tan sorprendida como lo estaría yo, por su elección de la sotana y el camino del evangelio, ese amigo de cada fiel, de cada descarriado e incluso de cada hereje, involucrado en la critica social en el período de gobierno de Kirchner y Fernández, aquel simpatizante de San Lorenzo, uno de los clubes de fútbol más enigmáticos de la capital argentina, al cual adhirieron personajes tan variopintos, como Viggo Mortensen, Pappo, Emilio Aragón Milikito, y hasta se dice que la escasísima simpatía que a Borges le inspiraba el fútbol, estaba circunscrita al club del barrio de Almagro.
Hoy nos aproximamos al cabo de la obra en vida de este Papa latinoamericano, franciscano y Jesuita. La obra continuará creciendo según sean regados los simientes bien plantados, de lo hecho el balance no puede ser más positivo, amén de las lógicas criticas que acuna cualquier personalidad de tal alcance, por parte de pequeños sectores que no recibieron toda la atención que a algunos disidentes les habría parecido más adecuada o justa. No sin olvidar que Wojtila y Ratzinger no sólo visitaron también Cuba, sino que Wojtila fue el Papa de Gorbachov y su Perstroika, y que desde los Cátaros la Iglesia no experimenta tantos mea culpa, ya por la pedofilia y abusos a menores, por la crueldad conque ha sido tratada la homosexualidad o la cercanía al dolor que provoca la miseria producto de la avaricia de quienes pueden acaparar cada vez más.
No sé si recuperó feligresía, eso le tocará a la institución analizarlo, pero claramente que a la gente movida por un afán de justicia, de concordia, de paz y humanismo sobre el planeta, le llegó de manera diáfana el estímulo emotivo de su palabra, de su evangelización, acompañada del ejemplo coherente, la humildad en su vida cotidiana renegando de los fastos del Vaticano.
Mi hijo me comentó en una ocasión “Francisco es el Gorbachov de la Iglesia”, me gustó el aforismo hecho expresión de deseo. A mi se me pareció más a Ernesto. El culto a la persona en este caso más que asumible es insoslayable, cada papa resume y reúne toda la importancia de su época, una vez concluído su papado, el nuevo elegido con nuevo perfil, generalmente no continúa, incluso interrumpe la obra del anterior.
Y este seguro servidor, agnóstico más que ateo, pero en cualquier caso absolutamente alejado de todo dogma anacrónico, perimido, jerárquico y con serios sesgos misóginos, como cada una de las confesiones monoteístas, puede asegurar que desde que asumió Jorge Mario Bergoglio como 266º papa de la Iglesia católica, ha experimentado el mayor afecto y cercanía a una institución, que en estos años hizo gala de esfuerzos denodados por regresar al más genuino espíritu cristiano, de “sentir en lo más intimo cualquier injusticia cometida sobre cualquier ser humano en cualquier parte del mundo”.
Cualquier semejanza con las palabras del icónico guerrillero argentino en su carta de despedida a sus hijos, dejémosla para la interpretación del misterioso amigo Christian, apestando la tierra allí donde el perro Pilu, responsable de su conexión cósmica, sea tan bien recibido como el papa al lomo de Pegaso, o el espectro del comandante sobre su famélico Rocinante.