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23 diciembre 2011 5 23 /12 /diciembre /2011 21:35

 

Soriana se tomó el tiempo necesario para contarle su historia.

Había viajado a Cuba por el trabajo de los padres, la madre, Svetlana, era una mujer liberal que encontró eco entre los cortejadores cubanos de Miramar y alrededores. En aquella isla nadie pasaba demasiado tiempo en su departamento, ni siquiera en el hotel Sierra Maestra.

Cuando regresó a Rusia se acabó todo lo que se daba, la familia era comunista a la manera en que se solía aceptar pertenecer a esa logia, más bien un rasgo identitario, de sentido natural de preservación de la especie. Lo cierto es que no sabían hacer otra cosa que ser obsecuentes del régimen; cuando todo acabó, los conocimientos de sus padres como técnicos no sirvieron de mucho en la nueva sociedad del tira y encoge hasta reventar las costuras.

El padre se dedicó a la bebida aún con mucho más ahínco que en Cuba con el ron y la vodka Limosnaya.  La madre lo dejó antes de constatar lo peor de la decrepitud, no aguantaba bien los puñetazos con las manos cerradas que le propinaba el marido en todo el cuerpo y se fue un día mientras el ruso vomitaba boca arriba en la cama. Su hermano fue preso a una cárcel soviética, por dedicarse a vender pantalones vaqueros comprados con dólares que adquiría a través de los turistas, con tal suerte que al poco de caer preso, se despenalizó esa actividad comercial, pero no con caracter retroactivo, y tanto él como otros presos debieron sentir el rigor de los jefes mafiosos con semejantes panolis lavando ropa interior y vistiendo tutú de bailarina cada vez que los capos lo pedían, mientras en la calle la gente ya podía comprar y vender.

Ella encontró ese panorama desolador y se fue a la casa de una amiga. De ahí se fue a vivir al interior de Rusia y conoció un hombre amable con el que se casó y tuvo una cría.

Le contó que regresó a Moscú pero no había espacio para una madre joven que venía de un fracaso matrimonial y laboral. Entonces partió a Alemania con lo puesto, trabajó duro y aprendió alemán. Se tatuó un guerrillero en el brazo y una mariposa en la espalda, y aunque no mucho después se arrepintió de aquella marca gráfica bajo su piel, decidió no quitarsela, como testimonio de una época. Una vez en Hamburgo, tuvo problemas serios a causa de los papeles , Europa  desmejoró mucho después del Euro-dijo.

Un conocido de su madre, le presentó a un amigo que estaba buscando gente para trabajar en España, en la costa del Sol, necesitaban personas que hablaran ruso, a propósito de la vasta clientela que había comenzado a fluir en los últimos años en la costa española de nuevos ricos del Cáucaso, algunos exageradamente ricos y otros en vías de desarrollo. Le habían prometido que trabajaría en relaciones públicas de una importante cadena hotelera, al principio en la recepción y luego si demostraba tener madera, se iría abriendo camino en un ambiente de mucha pasta. No le escondieron que quizás el camino se hacía más rápido si estaba dispuesta a algún que otro intercanbio de secreciones. Cosa que ella, como era natural, ya sabía bien.

El único inconveniente, le dijeron, era su niña, no podía llevarla consigo. Por lo que hizo un viaje a ver a su madre y le pidió encarecidamente que cuidara de la nena, que ella le iba a mandar el dinero necesario para toda su manutención, e incluso un plus. La madre aceptó recalcándole que ese dinero sería indispensable para que no tuviese que entregarla a los de asuntos sociales.

Natasha, que resultó ser su verdadero nombre, sonrió, y dijo:

-No hay problemas babushenka, tendrás tu dinero.

 

Llegó a Málaga para trabajar como prostituta en un barco, y desde que llegó recibió una paliza, tan inesperada como fuerte, para que le quedase meridianamente claro que aquello no iba en broma, el encargado le aseguró que ahora les debía mucho dinero a la organización y que ella era libre de pagarlo e irse, pero que si se le ocurría escapar sin pagar buscarían a su madre y a su nena y harían borshe a ambas.

Se acostumbró a vivr como pudo, como se hace cuando acaece una desgracia, sumada a una y mil traiciones, a un pasado escaso en alicientes, se acostumbró del mejor modo que pudo a sobrevivir. Llevaba dos años ejerciendo la prostitución en diferentes lugares de España, había bajado su categoría de puta de semilujo a puta de burdel decente, por culpa de su carácter, su mal humor y el inexorable paso de papá tiempo.

Una vez intentó escapar y dieron con la madre diciéndole que si se ponía en contacto con ella le dijese que esperarían  dos semanas a que regresara , antes de mandarla al fondo del río Volga.

Durante ese tiempo Natacha no pudo enviar el dinero que había prometido, y la madre debió procurarle a la nena, otra vivienda y familia, pero pensó en algo mucho más humano y mejor para la criatura que los organismos estatales de acogida de niños pobres de la Rusia post socialista,  la cedió a una familia que deseaba con toda el alma tener una nena, y agradeció que fuese una niña que hablaba el alemán como el ruso, que tocaba piano y sabía hacer las camas. Tampoco pasaron por alto la belleza de la tierna y flamante hija. Aunque la nena no corría riesgo, a priori, sabía que si torturaban a la madre les diría donde estaba su hija. Y aunque no sentía demasiada gratitud por su vieja, tampoco era cuestión de cargar con aquel peso. Así que decidió entregarse a sus captores.

La enviaron a Valladolid para que escarmentase, aunque con la promesa de que si en un año lo hacía bien regresaría a los buenos destinos soleados del paraíso español.

 

-Esta es brevemente la historia de mi vida- le dijo Natasha a Combi, quien hasta ese momento había  respirado casi sin molestar a sus propios labios, entonces se permitió un suspiro, que más parecía la exhalación de un alivio que la de una pena solidaria.

En ese instante llamaron a la puerta y ella regresó diciendole que el tiempo había expirado.

Combi no salía de su asombro, Svetlana Natasha o como se llamase, le pidió perdón por no haber podido hacer un servicio corractamente y le rogó que no se quejase por ello, Combi la miró como pudo, hasta que quedaron sus ojos frente a los de ella, la tomó por los hombros con firmeza,  en su pecho se apretaron dos tipos de congojas, uno por aquella criatura y otro por sí mismo.

Pagaré otra hora, no te preocupes.

Ambos bajaron al hall de entrada y volvieron a subir al cuarto. Dentro de cada habitación la gente bajaba y subía las caderas. Bajaban y subían sus respectivas miserias. Parecía no haber sitio más alejado del amor, de la caricia, que aquella colmena de abejas lastimadas.

Combi tomó sus datos, y no se atrevió a dejarle su número de telefono por elemental cuidado a su matrimonio, a su trabajo, y a aquella mafia. Y un poco cuidandose de si mismo, de lo que podría ocurrírsele. Natasha terminó de apuntar los datos y le dijo que se relajara que lo trataría bien, estaba todo pago. Combi, le hizo un gesto con la mano, ni una grúa hubiese conseguido levantarle el exiguo colgajo en esas circunstancias.

Bajó las escaleras con ella de la mano. Cuando llegaron al rellano la miró y vio a través de sus inmensos ojos, en la oquedad de una mirada que contenía todos los rincones malolientes de los peores puertos de Europa, la evanescencia de lo que alguna vez pudo ser una súplica de auxilio. Pero se dió cuenta, que la mirada de Natasha había cambiado diametralmente en pocos segundos, se había alejado hacia el infinito, le dijo adiós, con cierta prisa por ir a por otro cliente; estaba otra vez en su combate.

Combi salió de allí decidido a ir hasta el final de las cosas.

Entró a comer a un restaurante buffet vegetariano, de una cadena local, se dió un atracón. Se metió al cine que había en el centro comercial, daban una de la mafia rusa con Viggo Mortensen, pero la evitó atracandose de palomitas de maíz y refresco de cola en una sala donde estrenaban una de amor. De a poco se fué diciendo que no había demasiado que pudiese hacer que no fuese encontrar la manera de denunciarlo.

Al cabo de un par de años, le avisaron que la publicación de su libro era inminente, que debía irse preparando para entrevistas y conferencias. Se tomó  unas vacaciones con su familia en Amsterdam. Cada tarde después de pasar un rato en los cofee shops, paseaban un rato por el barrio rojo, y se divertían con la manera en que los japoneses observaban atentamente a las chicas a través de las vidrieras, agachándose sin ningún pudor para observarles la entrepierna.

Combi pensó que quizás Natasha ya podría estar bien, que hasta los peores momentos pasan, y que en todo caso ella era una mujer muy fuerte. Mucho más que él, que al fin y al cabo no era culpable de nada.

-¿Ni responsable? se preguntó.

Pero a Natasha le habían agujereado el alma con semen frío, le frieron el cerebro, comieron su corazón y arrojaron su cáscara a los pies de una tarde castellana. No le quedaba jugo, solo hiel, acaso le había dado una de sus últimas tardes de familiaridad, cosa que lo había marcado tanto a Combi que de un tirón escribió un trabajo de fición sobre la problemática de la trata de blancas. Se dijo a si mismo que cuando juró llegar hasta lo último de aquel asunto, no se refería a algo diferente de aquello, aunque naturalmente, aquella postrera interpretación no conseguía tranquilizarlo del todo.

Ya estaba a punto de publicar sus reflexiones sobre esta forma de esclavismo moderno en el corazón del Primer Mundo, con la aquiescencia de todos los géneros, estratos sociales e instancias legales, con toda la moral, la ética, y la justicia en conocimeinto de ello, tolerándolo y hasta promoviéndolo 

En su trabajo explicaba los traumas de aquella vida y sus posibles desenlaces. Pequeños toques en la puerta de su cordura con los nudillos de la suerte. A través de su trabajo literario, Combi estaba a punto de presentarse como un hacedor de justicia, como un ser con sensibilidad social, estaba a punto de creérselo.

 

Y a punto de cobrar por ello.

 

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