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25 julio 2016 1 25 /07 /julio /2016 15:52

Mañana se conmemora, festeja o sufre según quien lo mire, el 63 aniversario del asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba, noventa y nueve años después de su construcción en 1854 como Cuartel del Nuevo Presidio, a cargo del Marqués de Villaite, al que ya entrado el siglo XX se le cambió el nombre por el del insigne general mambí, Guillermo Moncada.
Episodio llevado a cabo por 135 asaltantes anti batistianos preparados en la granjita Siboney y comandados por tres cabezas, Fidel Castro, quien dirigió la columna que asaltaría al cuartel con 95 hombres, su hermano Raúl Castro con diez efectivos quien tomó el Palacio de Justicia y el valeroso Abel Santamaría quien con veintiún hombres se hizo con el Hospital Civil.
De los encargados de asaltar el cuartel un grupo de ocho hombres fueron a la vanguardia para atacar la posta número 3, pero fueron sorprendidos por un destacamento de guardia que permitió que se organizaran las fuerzas militares en el interior, detrás iban 45 hombres con armas cortas.
Y detrás de esos hombres estaba Fidel, como siempre, detrás. 
Otro grupo importante de hombres que portaban las armas largas se perdió en las calles de la ciudad de Santiago de Cuba y llegaron tarde al combate. En el lance hubo bajas de ambos lados, los insurgentes emprendieron la retirada en grupos de diez personas defendidos por seis francotiradores.
Fidel logró huir al monte sin el rasguño de una bala, y más tarde se entregó por las garantías que le ofreció la mediación del arzobispo de Santiago de Cuba Enrique Pérez Serantes, en cuanto la total integridad de su vida, y a juzgar por las abrumadoras pistas, alguna otra concesión menos presentable.

En el asalto murieron numerosos guardias del cuartel llamados "casquitos" y un alto número de guerrilleros, que se incrementó notablemente con la represión posterior inmediata a la derrota de las fuerzas atacantes, brutal e indigna del prestigioso ejército de la República de Cuba forjado en la lucha independentista de sólo medio siglo atrás.

Uno de los tres comandantes, Abel Santamaría, fue torturado, antes de asesinarlo se le extrajeron las uñas, se le cortaron los testículos y por si el sadismo no fuese suficiente, los llevaron a la celda de su hermana Haydeé Santamaría para enseñarle lo que habían hecho con su hermano, a modo de escarmiento.

Los otros dos comandantes del asalto, Fidel, mayor responsable y autor intelectual, y su hermano Raúl Castro, salieron ilesos e inmunes, sin un solo rasguño, y pasaron sólo un año y medio en prisión, una pena llamativamente garantista si se tiene en cuenta que habían protagonizado una masacre contra el Ejército de la República; en nuestros días hasta en los países más sofisticados, cumplirían penas de reclusión de no menos de veinte años, sino perpetuas o de muerte, pero hablando de los años cincuenta, pocos son los países donde no hubiesen muerto en el mismo instante en que pusieron un pie en el calabozo.

Al poco de habese entregado Fidel probablemente bien asesorado sobre el efecto propagandistico, tomó la decisión de defenderse a si mismo en el juicio por el asalto, y su alegato quedó recogido por la Historia que él mismo estableció años más tarde como la oficial, en un panfleto conocido como "La Historia me Absolverá".

La pena la cumplieron en la cárcel de Isla de Pinos, la misma prisión a la que Fidel y Raúl pocos años más tarde, una vez acontecido el triunfo de la Involución, enviaron a cumplir cadenas desorbitadas, delirantes, en condiciones de reclusión inhumanas, a opositores de toda índole, que iban desde alzados en las montañas del Escambray, a simples detractores del sibilino rumbo alineado a la URSS que iba cobrando subrepticiamente la revolución que ellos mismos habían apoyado, ya fuese con logística, con dinero, con servicios e incluso con la propia sangre, para derrocar la dictadura y establecer una democracia regida por la Constitución del 1940 inspirada en la constitución española de 1931.

Este texto moderno constituyente a cargo de nada menos que Grau San Martín, Prío Socarrás, Eduardo Chibás, Blas Roca y Juan Marinello, era sofisticado para su época e incluso para nuestros días.

Sesenta y tres años más tarde siguen en el poder a cal y canto, los hermanos que salieron ilesos de aquella masacre, los dirigentes que decían atacar al cuartel para derrocar un gobierno dictatorial que detentaba el poder desde hacía un irrisorio período de tiempo en comparación con el impresentable medio siglo, que más tarde ellos, como "patriotas relevadores" de Batista, tuvieron a bien amoldar a sus traseros los sillones del poder, a las espaldas de los inconformes las fustas del miedo, y a la inanición del pueblo su poco decorosa y sempiterna opresión.

Habiendo entrado a la Historia por el siempre purificador pasadizo  al reino de las Tinieblas, ya se puede asegurar que a los hermanos Santamaría y a los muertos de ambos bandos en aquel asalto del cual mañana se conmemoran 63 años, la Historia los ha sobreseído, los ha indultado y a algunos los ha absuelto; sin embargo  ese mismo magma impreciso de hechos transformados en efemérides, onomásticos, aniversarios, estandartes, iconos y en medio de todo algo de realidad imparcial, que conocemos por Historia, lo que sí tiene claro, es que a los todavía vivos Raúl y su ínclito hermano Guarapo, no les tiene reservado el banquillo del perdón, ni siquiera el rincón del beneficio de la duda.

 

Fachada del Cuartel Moncada tras el asalto e imagen de Abel Santamaría
Fachada del Cuartel Moncada tras el asalto e imagen de Abel Santamaría

Fachada del Cuartel Moncada tras el asalto e imagen de Abel Santamaría

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Comentarios

E
Solo rectificar un detalle. Yo he estado personalmente en Santiago másde tres veces y he recorrido el susodicho cuartel. Oscaseguro, con toda objetividad y sangre fría, que allí por esas calles, no se pierde nadie, y menos aún tres personas que sabian al detalle a dónde iban: Fidel, Raúl y quien manejaba el carro. Es obvio y sobradamente hora de que se haga al mens justicia a esos gloriosos muertos, emezando por Abel Santamaría, qie fueron vilmente traicionados por los dos inocentes hermanios, que siempre, le huyeron al combate. Vileza de nuestra historia.
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