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El blog de martinguevara

Wydma en Oslo

27 Octubre 2025 , Escrito por martinguevara Etiquetado en #eur

Una tarde golpearon la puerta de Guillermo a quien llamaban Willy, mientras estaba dormitando. Willy había pasado desde los veinte y dos años hasta los cincuenta y cuatro cagando gente, jodiendo cuanta vida mostrase esa pequeña hendiduras por donde meter toda la corrosión que pudiese soportar. Llevaba en la ciudad de la justicia dos años, las manos ya no eran lo que habían sido, su espalda acostumbrada a dormir sobre pompas de plumas de ganso o a veces sobre el cochón de agua que había mandado poner en todas las dependencias de su apartamento de cuatrocientos metros cuadrados del centro de la ciudad a donde llevaba las “churris”, ahora era una bolsa de durezas causadas por la incomodidad de dormir durante el primer año sobre una colchoneta fina como una feta de jamón de los bocadillos del aeropuerto y sobre dos cuando al año y medio pudo comprarse otra colchoneta de segunda mano. Jamón y queso de aeropuerto.

Willy trabajaba como un mulo abriendo agujeros en la madera, eso era lo único que había conseguido aprender a hacer, en toda su anterior vida de adulto cagador solo había desarrollado habilidad para seducir, maniobrar, amnipular y al final estafar. Abría empresas de construcción que levantaban inmensos bloques con unos charcos en el medio a los que llamaban piscinas, y donde se alojaría a cambio de treinta años de su trabajo a obreros que se creían de clase media por usar corbatas de rebajas y tirarse en esos charcos con azulejos azules los fines de semana en que el sol arreciaba . Unas corbatas tan baratas que si las tirasen a las piscinas recalentadas por las meadas de bebés, niños y manganzones con las bolas grandes como lámparas para dar un paseíto hasta el baño, como mucho solo conseguiría adecentarla. Aparte de los cientos de empleados que tenía contratados por semanas, días, a veces horas con overol y casco protector, también Willy contaba con un buen puñado de empleados con corbatas dentro de las oficinas, y lo primero que hacía cuando ascendía a uno era mandar a llamarlo a la dirección, hacerlo tomar asiento y preguntarle si sabía hacer el nudo “Windsor” doble cruzado que formaba un perfecto triángulo. Entre los empleados, que en su mayoría no tenían ni idea de cómo se hacía, ya era sabido que de todos modos a esa pregunta había que responder negativamente y entonces, digamos que la rúbrica al ascenso era enseñarles a hacerse el nudo Windsor en sus corbatas de tres al cuarto, además de recomendarle muy encarecidamente una nueva casa donde adquirir prendas de este tipo acorde con el nuevo status. “Pedazo de hijo de puta” pensó Wydma cuando pasó a su lado.

Wydma era hermana del loco que unos meses atrás había entrado a una licorería insultando y tirando piedras de tamaño temerario a todos los que estaban dentro, odiaba a los borrachos. No consiguió contusionar a todos pero llenó de moretones a unos cuantos y a dos los dejó bastante jodidos. Mientras vaciaba su saco de cambolos pensaba en esos locos estadounidenses que entran con ametralladoras de última generación disparando a todos los rincones llenando el suelo de chocolate, se hizo llamar “Billy the Kid”. Billy fue preso y Wydma puso rumbo a Escandinavia.

Desde pequeña le había subyugado la idea de vivir en una estepa nevada, en una casita de chocolate con un tejado cubierto de hiedra en verano y de nieve apelmazada, tupida, en invierno, renos alrededor, y no tan lejos, los lapones. Pero al aficionarse a las series nórdicas grabadas en pueblos costeros y ciudades, también por la proximidad de la materialización de su deseo en la cual intervenía más los datos concretos de precios, supermercados, comidas, restaurantes, tiendas, medios de transporte, y otras comodidades convenientes, sobre todo en el aislado norte, empezó a preferir dentro de sus anhelos, la nieve igual de caída y agrupada en cantidades generosas, pero sobre un emplazamiento más urbano.

Fue a Oslo, conocía a un amigo checo que vivía en la ciudad, se alojó dos meses en su apartamento que era de dimensiones aceptables para dos personas, pero como cabría suponer al menos en el terreno de las probabilidades el amigo tenía intenciones de intercambiar secreciones. Cosa a la que Wydma no se opuso en absoluto, en cierto sentido hasta le pareció una prestación extra, pero teniendo claro que era para dejar escapar la tensión en unos cuantos gemidos, contorneos, mamadas mutuas, paseo de lenguas y sobre todo abrazos, que al fin y al cabo eran protectores. Wydma era especial, todo lo hacía con sentido, no necesariamente para obtener algo pero sí habiendo sopesado pros y contras, y para ella empezar en una ciudad tan distinta en todo a su idiosincrasia suponía una presión extra que de alguna manera debía liberar. Milenko era una perfecta vía de descarga, un tipo alegre, amable, culto, estaba bueno, quizás con el culo un poco flácido pero tenía buen rabo, ella solo tuvo que dar unos retoques en las costumbres higiénicas y la sugerencia de cierta variedad culinaria, por lo demás estaba perfecto, además de contar con refugio hasta que pudiese independizarse. Ella le propuso pagarle la habitación que ocupó, pero Milenko se negó, solo le puso la condición de compartir gastos de comida y el dispendio, tampoco demasiado seguido, de esas energía hierática acumulada en la semana. Wydma era rubia, tenía el pelo lacio, ojos verdosos, piel pálida, pero sus curvas, el culo, las tetas, los muslos y sobre todo la gracia al andar eran marca registrada de allende los mares por donde el sol calienta más, Milenko se preguntaba como no se cansaba de caminar y hablar como si estuviese bailando, a veces se le paraba solo de mirarla, “uf es explosiva, blanca y mulata, dos en una, y las dos son unas bombas”, pero no la molestaba más que esa emergente vez a la semana en que todo parecía confabularse para sintetizarse en un abrazo ¿qué importancia tenía si con génesis en el deseo lascivo o de cueva cucha? Al final era un imperioso anhelo de ambos, el placer y la caución entreverados sin mezclarse intercambiando virtudes, tras el vidrio climatizado de una ventana empañado por dentro, congelado por fuera.

Ella no estaba ni estaría enamorada de él, pero la pasaba bien, le encantaba calentarlo y después fornicar con desenfreno. Milenko ya le había dicho que le gustaba la ropa interior blanca, de algodón, podían presentar algunos estampaditos pero tenues que no irrumpiesen en los dominios del blanco descolocándolo, en todo caso que lo potenciasen, le encantaba la vista de la vulva desde atrás apresada por la braga blanca, las piernas que aparecían desde los pliegues que formaban los glúteos, y cuando apretaba levemente con sus manos las nalgas cubiertas por esa tela ajustada, suave al tacto, se producía un contacto directo entre los dedos y la zona del cerebro encargada de enviar de inmediato la señal de zafarrancho al rabo. Una tarde Wydma fue a comprar un nuevo juego de lencería

del tipo que tanto a ella como a Milenko le gustaban, en la tienda le atendió una empleada que hablaba español, así que se entretuvo charlando un poco más de lo estrictamente necesario, la muchacha era uruguaya, había vivido casi la mitad de su vida en Buenos Aires y ya iba por la otra mitad entre Copenague y Gotemburgo, estaba probando hacía pocos meses vivir en Oslo, pero su intención era mudarse a una ciudad pequeña del interior, Wydma le dijo que esa era exactamente su misma intención. En realidad no lo tenía definido del todo pero encontrarse a alguien que pareciese tan cercana, tan ella misma y que tuviese esa decisión tomada cuando había cubierto una parte de la geografía escandinava viviendo, terminó de ponerle la guinda a un deseo que se mostraba más firme en la medida que se alejaba hacia atrás y en tanto iba acercándose al momento de decidir el enclave exacto en donde le gustaría “arranchar” todo se hacía más difuso y empezaba a carecer de sentido, como si la finalidad de esa idea motivadora no fuese más que una excusa para escapar del tedio, de sí y de su futuro.

 

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