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24 noviembre 2022 4 24 /11 /noviembre /2022 23:44

El primer coche con los ojos felinos, que vistos de noche desde el retroviso, esos faros parecen la facha de una pantera al acecho, siendo de tamaño pequeño sin embargo con un espacio delantero aparentemente amplio gracias al parabrisas combado. El volante era tan suave cuando lo saqué del concesionario Peugeot, que a los dos meses yendo por la A-2 de Madrid a Pepignan con parada en Sant Feliu de Guixols para visitar unos amigos, con el entusiasmo que deja la resaca de una buena curda el día anterior y la música de James Brown escapando de un casete por todo el habitáculo del coche, "gimme, gimme the thang" con tanta energía que desprendió un ambientador de aceite soportado por una pinza al aire acondicionado, cuando me agaché a recogerlo, ese volante súper suave, para mi tan acostumbrado al Ford de volante duro, empercudido, sin dirección asistida, recién aprehendida la botellita de ambientador escuché el famoso grito de ¡Cuidado! pero esta vez asistido por la razón ¿quién no lo escuchó? hasta James Brown se asustó, me iba contra la banquina de la izquierda, pegué un volantazo y comenzó el zig zag a ciento sesenta kilómetros por hora, antes del carnet por puntos, de la paranoia en los restaurantes y bares de carretera, cuando la carretera era un campo santo, zig zag de un lado a otro, la autopista llena de coches, y yo bailando el "crash", con que rompí la banquina y me metí en el espacio entre los dos sentidos de la autopista, empecé a dar vueltas en redondo como el reloj hasta que choqué con un bloque de concreto y empezamos a dar vueltas de campana, hoy recuerdo que ese mismo día recordé que cada segundo iba pensando "Oh, todavía no nos hemos matado". En la cabina había un cuchillo sin funda y una botella de whisky que dieron vueltas alrededor de nuestras dos cabezas sin rozarnos. También una manzana. El coche se detuvo con el techo en el suelo, quedamos boca abajo, yo me desperté de un desmayo de un segundo, quizás menos, moví las piernas los brazos miré a mi lado, ella estaba entera también, salí rápido, di la vuelta la saqué por la ventana que estaba abierta pero un poco astillada, se lastimó el brazo, yo me resentí el cuello, pero nada más, pararon muchas personas a ofrecernos ayuda, llegó la Guardia Civil, una ambulancia, un helicóptero, una mujer le ofrecía a ella sus chancletas porque ella se había obsesionado con entrar al coche boca abajo en medio de todo aquel follón a buscar la chancleta que le faltaba. ¡Son afortunados! eso decía el guardia civil, como cuando Slava se comió la banquina en Estonia y rebotamos hacia atrás a la carretera de milagro en vez de caer ladera abajo, unos italianos que pararon para ayudarnos, repetían ¡Sei fortunati!

Me pùsieron collarín, a ella la vendaron, nos levaron al Hospital de Zaragoza, el seguro previo a las crisis cubría todo sin preguntas, nos propusieron que decidiésemos si queríamos seguir a Francia o retornar a casa, preferimos lo segundo, sin coche de ojos felinos no tenía sentido, en casa tenía al gato Batmán capitán. Las vacaciones se detuvieron de repente, antes de seguir camino a casa en el taxi del seguro, pasamos por el taller donde habían dejado al coche hecho un acordeón, para recoger lo que precisásemos, ella entró, buscó y me gritó desde adentro, "la encontré" y salió victoriosa, con la mirada iluminada, triunfante, renacida, con su mano en alto blandiendo su chancleta.

Nos pagaron un arreglo que costó solo unas pesetas menos que el coche nuevo, y una indemnización. Además me tomé una baja por el collarín y el dolor de cuello, no disfruté de la muralla de Carcassone pero vi todos los capítulos de Cordell Walker, ranger de Texas.

Al mes nos trajeron el coche arreglado de Francia, y recorrimos toda España con él, y buena parte de Europa, pero nunca fue igual, sin embargo acaso por aquel palo le tomamos cariño como a uno más de la familia. Después nació Epsis, y cuando no paraba de berrear a las doce de la noche yo lo sacaba a dar un paseo en el pequeño auto rojo y de inmediato se dormía, pero en cuanto terminaba la vuelta y apagaba el motor, abría los ojos como almendras y volvía a la carga. Esos mismos ojos me miraron desde el asiento trasero durante años, hasta que aprendió a decir "ota, ota vez" cuando terminaba "Dirty deeds done dirt cheap" de AC/DC, y entonces, la ponía otra y otra y otra vez, él, chiquitín detrás con sus ojos almendrados como los faros del coche cantaba "onder ich" y movía la cabeza como yo o como Angus Young.

Veintiún años con el coche rojo, hoy cuando lo fui a dejar al desguace, para que lo diesen de baja y usasen las piezas que les viniesen bien a cambio de un par de morlacos, ínfimos, porque el pobre estaba hecho una penita, perdiendo aceite, calentando el motor, con más arañazos que un león con ganas de singar, pero con sus ojos intactos, que al mirarme cuando lo despedí en el portón del desguace dejándole las dos llaves al tipo del toromotor, hizo un cambio casi imperceptible en el color del faro izquierdo, lo que interpreté como un guiño, aunque bien pudo ser lo que ellos expelen en vez del liquido salado que se nos escapa a nosotros en las despedidas de seres muy queridos, de la misma o de cualquier otra especie.

 

Auto rojo

Auto rojo

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