En uno de esos buenos meses de 1987 antes del comienzo de la gran debacle de Gorbachov, Glasnot, Perestroika y el no va más a los hijos bobos caros, mi amigo Evelio, Marco Iván "el chileno impasible" y yo fuimos a Varadero a descargar en el entorno del Festival de Varadero que se había vuelto a celebrar en 1983 con Oscar D’León después de suspenderse en los tempranos años ’70 cuando recrearon el gris revolucionario los Ángeles, Los Bravo, Luis Gardey, Formula V, Mustang, y muchos otros. En esa ocasión fuimos sin hotel con la firme convicción de resolver alojamiento una vez allí. El hecho de que no haya sido posible no nos hizo desistir de disfrutar del espléndido tiempo en aquella joya de vacilones vacilando todo lo vacilable.
Antes de alquilar unas motocicletas a monja, o sea cinco “fulas” del norte, cuando aun ningún cubano podía tocar esos billetes tan enemigos como delictivos, bajamos lo que quedaba de la segunda botella de ron que despachamos desde que abordamos el tren de Hershey en Casablanca, compartiendo vagón con otros borrachos y vagos habituales. La pepilla que montó conmigo se giró a saludar a la gente y me caí en el asfalto medio curda medio caliente, todavía permanece el recuerdo de un buen raspón en mi antebrazo, la pepilla y su tanga salieron intactas. Lástima que no fuese un blúmer, un blúmer es casi igual a una trusa, pero que rico es descubrir un blúmer en un filo y cuan insulsa resulta una trusa. Cuando cayó la noche decidimos ir a bajar el tercer pomo a la playa frente a Villa Cuba, al lado del Hotel Internacional. Una vez en el lugar trabamos amistad con dos saharauis tapadas hasta el moño y acompañadas de una amiga cubanita. Evelio y Marcos se fueron por el lado exótico y se pusieron al lado de las saharauis a intentar taladrar, yo elegí lo clásico, la cubanita vaciladora de Varadero es imposible que defraudase. Lo cual se decantó en que a medianoche bajo la luna yo estuviese echando un par de palitos en la templada y tranquila agua de Varadero mientras mis colegas jamaban soga hablando del desierto y sus luchas hasta el amanecer, sin siquiera el aliciente de una bajada de pañuelo, de un filo de cuello, de una leve caidita de ojos. Eso sí, aprendieron a decir "buenas noches y hasta mañana" en bereber. Cuando despedí a la criollita ya estaba Marco en su bolsa de dormir, precavido el muchacho la había llevado con ese objetivo, a Marcos todo lo que fuese hotel, restaurante, plancha y peine le resultaba agresivo más que ajeno, él era feliz con un bolso al hombro conteniendo una barra de pan y una botella de ron, eso sí, el ron de Marcos siempre era de la mejor calidad. Evelio, que estaba sentado en la playa de cara al mar, todavía daba cuenta de los bajos fondos del pomo. Lo exprimimos hasta la sequedad y me dispuse a zurnar bajo las estrellas, curda, rasponeado, bien templado y con arena hasta en las encías.
Al día siguiente me enteré de que Maradona había estado bailando en la discoteca del Hotel Internacional, porque había visitado la isla para recibir un premio de Prensa Latina, en Cuba de fútbol se sabía lo mismo que del Bosón de Higgs, instigado por el siempre hábil Guarapo Castro, que a los deportistas cubanos que se los sorprendía con un dólar les quitaba hasta la nacionalidad, y si se le encontraba un petardo de hierba los mandaba en cana, sin embargo, ni corto ni perezoso al deportista más interesado en los dólares y las drogas le hizo el mayor homenaje, había ganado el Mundial hacía pocos meses y era un astro fresquito. Un conocido mío que estuvo rondando el Hotel el día anterior sin poder entrar, me contó que mi primo Ernestico, que también había asistido infaltable al festival, pero con cama y entradas, le gritó al icono universal de la pelota, secundado por buena parte de los vaciladores afortunados que pudieron compartir con ellos la noche:
"Maradoona Maradoona” que hoy sería "Mercadoona Mercadoona"
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