A veces, además de crueles los adolescentes éramos estúpidos. "Sopa de granos" era una chica inteligente, alta, delgada con unas piernas divinas, muy blanca, tímida, con unos ojos soñadores, pero tenía unos pocos, más o menos, sarpullidos en las mejillas, acaso descartada también por el exigente requisito caribeño de que las asentaderas sean dos zeppelines gemelos, y todo lo que no fuese así era un pestillo, un grillo, un cáncamo, sin la más mínima piedad la gente se refería a toda ella, a sus espalda, por las espinillas de su carita, cosa que sin duda alguna habría llegado a sus oídos, el cubano no se destaca precisamente por su discreción.
Ella quería enseñarme la matemática que yo me había perdido en mis largos períodos de ausencia de clases, así podría aprobar los exámenes extraordinarios. Pero quizás quisiese algo más, eso nunca lo sabré, pero los amigos parece que sí lo sabían "ñó asere, el loco se casa con sopa de granos", y yo cobarde como fui sucumbí a sus burlas, en vez de no sé si casarme con sopa de granos, pero sí dejarme querer aunque solo fuese por la tutoría en mates, por esos ojos soñadores, esa figura de modelo, y ese amor contenido en alguien que como yo, había experimentado en su camino las saetas del bullying, solo que ella no les concedió el placer de apartarse, mientras que yo sí tomé el atajo de hacerme el "vivo", el "listo", el "largo" cuando mi verdadera esencia estaba en continuar siendo para el territorio de los pelotudos, más corto que el cabo de los cigarros tras la última pitada, y alargarme ahí sí todo lo que fuese menester dentro del espacio de mi imaginación, entre la cabeza y ese suelo de piedras y hormigas que tan bien conocía.
Acaso y con suerte ella habría tomado mi mano y acariciado mi cabellera ora plena en fantasía ora atormentada y me habría besado la frente y más tarde el glande, no como la que yo miraba desde la primera clase a la última a la que nunca dije nada y que nunca habría acercado su cara limpia de granos a lo mullido de mi cuello. Ni a mi atribulado glande.
Fuimos crueles con Orly, con la directora a quien llamábamos King Kong que cuando se acercaba decíamos "vaya-monos por la escalera" y nos partíamos de risa, nos reíamos de la profesora de matemáticas "lobito peste a boca" aunque ahí sí había una razón de meridiano peso, de los bizcos, los cojos, los fañosos, los tartamudos, los afeminados, los altos, los bajos, los gordos y los flacos, todo eso era cruel, pero no aceptar el terso repaso de los ojos de sopa de granos sobre mi humanidad fútil, fue además, algo muy estúpido.