La Revolución cubana no solo fue sátrapa en su territorio, no solo disfrutó haciendo sufrir a sus opositores exiliados prohibiéndoles comunicarse durante década con su familia, con su pueblo encarcelándolo si tocaban un dólar, si intentaban irse del país en un madero a riesgo de ser devorado a los dos kilómetros o ahogado a los diez.
De entre todas las veces que padecí el rechazo del establishment los que más me dolieron fueron fuera del país. Sin ser un opositor, un personaje importante, un luchador, un activista, sino simplemente un curda hedonista que no quería pasar por el aro de la corrección revolucionaria, como no habría pasado por la corrección burguesa en la otra sociedad. Me parecían la misma mierda. Era vago, bebedor, jevoso, vacilador y dormilón. Por eso me botaron de Cuba. Se juntaron mi madre, mi padre y el Consejo de Estado en la idea de que un sobrino de un comandante tan importante no podía dar ese ejemplo, que por supuesto, de ninguna forma era mi intención dar. Mi vida nunca fue vivida para dar ejemplo de nada a nadie, y aseguro que soy quien para dar fe de ello. A los progenitores en realidad les resultaba inconveniente para su relación con esos compartimentos sórdidos del poder.
Una de esas veces fue en Brasil. Llevo tiempo defendiendo la acción de Lula más que nada en contrapeso con el delirio ultraderechista desatado en nuestro hemisferio, muy a pesar de los errores y aberraciones que algunos brasileros estén padeciendo. Ayer tratando el tema asaltó la memoria mi experiencia tangencial con el PT en el año noventa, allí donde gobernaban, daban albergue y comidas a los necesitados o pasajes para el siguiente estado o ciudad, cuando de repente apareció en mi lóbulo frontal un nubarrón en forma de recuerdo.
Estaba en medio de un viaje en el país vecino de exploración interior y exterior. Iba a ir a Río de Janeiro, invitado por un sindicato cercano al PT de Lula da Silva, al principio del año1990, cuando él ni siquiera imaginaba que terminaría gobernando el país entonces en manos del macarra yuppy Fernando Collor de Melo. Me estaba quedando en casa de la actriz argentina Elida Gay Palmer en Mairiporá, en la autovía de San Pablo a Bello Horizonte. Su hijo Claudio, sindicalista, habló con sus colegas de Río para que me recibiesen, ellos le pidieron que diese una charla sobre el viaje que yo estaba llevando a cabo, diciendo que estaba reproduciendo uno de los viajes de mi tío por América para conocer las vicisitudes de sus clases humildes. Si bien era cierto que eso es lo que me estaba ocurriendo al entrar en contacto con la necesidad, aunque en carne propia, a fuerza de “strada”, carona y bolsillos vacíos. En verdad lo único que yo perseguía, era embarcar en un navío de bandera liberiana o panameña porque estos solo exigían el pasaporte para enrolarse, o con mucha suerte bandera noruega u holandesa que a veces también tomaban marineros. Les expliqué mi objetivo y me dijeron que no había problema, pero que diese la charla y a cambio ellos me daban albergue mientras estuviese en Río. Me fueron a buscar en un coche cuando llegué a la "rodoviaria", me llevaron a la sede, ahí me mostraron el sitio donde hablaría, y el cuarto donde dormiría.
-Bueno, y ahora a comer y a beber algo que tienes que disfrutar de Río.
Y fuimos a charlar, reir y comer “coxinhas”, “frango”, “esfihas”, chorizo, y beber Skoll o Brahma, porque Antártica era de San Pablo. Que locos son estos brasileros. En medio de la comida se acercó un colega de ellos, se levantaron y se apartaron para hablar con él, y cuando regresaron a la mesa me dijeron que tenían que llevarme a un hostal porque no iba a dormir ni a hablar en el sindicato, que las cosas habían cambiado porque de repente les surgió algo más urgente, que esto, aquello y lo otro.
Una cosa no ocurre sin la otra. Ahí mismo cambió el viento de proa, pagaron, fuimos al coche a buscar mi bolso, habían abierto el maletero y se habían robado todo. Yo llevaba el pasaporte y veinte dólares encima, Me llevaron a un motel con luces de neón donde el pedo que tenía abruptamente pasó de florido, festivo a lúgubre, a espeso. Me dijeron que en la mañana me llevarían a la “Rodoviaria” y me subirían a un bus de vuelta a Sao Paulo. Al regresar a Mairiporá, Claudio me pidió perdón y me confesó que habían contactado con la Embajada de Cuba y les recomendaron que no me recibiesen, que ellos solían enviar a otros familiares a hablar de mi tío, que yo no era el más indicado. Todavía hoy estoy choqueado por aquella basura. Hacerme eso después de echarme de Cuba, cuando yo iba a hablar con criterio, sin aprovecharme de nada, de un familiar mío, ¿quién les había dado permiso para meterse a ese nivel en mi vida, encima para joder, para dañar? Aquella bajeza proverbial aun hoy me deja un sabor amargo en el cielo de la boca.
La otra vez fue en Madrid, España. había llegado en febrero del 1997, y mientras salían los papeles y para no estar sin hacer nada, me acerqué a la Asociación Hispano Cubana Fray Bartolomé de las Casas, a ayudar en todo lo que se terciase, desde cargar cajas, ubicar libros, lavar platos o meter datos en computadoras. Me sentía colaborando con gente que quería a mi segunda patria, y había hecho un grupo de amigos muy agradable, Jesús, Pepe Garrudo, Humberto, María. Un buen día, Pepe me dice que si quería podía seguir yendo a la Asociación pero que la Embajada les había dicho que yo no era revolucionario, le daba vergüenza mientras me lo decía y a mi recordó a Río de Janeiro. Otra vez la embajada metiéndose fuera de Cuba en mi vida para joderme, únicamente para hacer daño. María me pidió que no dejase de ir, pero Humberto que era del PC y tenía relación con los cubanos se distanció de un modo muy feo y los reuní a todos en el salón y les dije en voz alta y claro, que quienes habían traicionado todas y cada uno de los utopías iniciales de la revolución, eran ellos mismos.
Y sin sentirlo nada, me fui por donde había llegado, Jesús siguió siendo mi amigo, Pepe y María también, y a la semana siguiente conseguí un buen trabajo. Pero la verdad es que nunca logré que se me fuese el regusto agrio, que tanto esa puercada como la de Brasil dejaban en mi paladar cada vez que las recordaba.
Podría añadir alguna otra gran decepción menos sorpresiva acaso, pero seguro más triste por tratarse de la propia sangre, aunque prefiero dejarlo en esos dos feos recuerdos, fríos, crueles, innecesarios.
Si eso pasó conmigo, imagino lo que habrá aguantado un humilde cubano cuyo único delito haya sido desear una vida mejor para él y para los suyos. Para todos los suyos, desde Maisí a Guanahacabibes .
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