Zac compró el mejor teléfono móvil de la flamante marca "Proof", con aplicaciones incluidas que le harían la vida un Edén de diversión.
El teléfono móvil era increíble incluso se podía comunicar por internet en el avión con una tarifa especial a través de los satélites sin contratar ningún servicio extra. El móvil era una academia, una universidad, enseñaba doce carreras, enseñaba historia del arte baile, pintura, escritura arquitectura, cine, teatro y música. Componía y creaba obras de teatro, era impresionante.
Un día Zac llamó a la compañía Proof, la marca del teléfono, quejándose de que había una cosa que no podía ver, los reels de Instagram.
Proof le pidió a Zac que se lo enviara por correo a portes debidos con la promesa de repararlo de forma gratuita y si no enviarle uno nuevo. Al cabo de cuatro días tenía nuevamente su súper teléfono y devolvió el que le habían mandado de cortesía. Lo encendió comprobó que todas las aplicaciones funcionaban perfectamente fue a Instagram presionó el botón de play sobre una de las historias y comenzó a sonar un reguetón mientras los personajes que recreaban el mini vídeo bailaban frenéticamente. Zac se sintió contento satisfecho con el enorme servicio de la compañía, el video se repetía una y otra vez con una nitidez de sonido increíble. Cuando se cansó de ver ese reel, pasó con el dedo al siguiente y retornaba al mismo video del reguetón y los pepillos bailando. Al inicio le hizo gracia hasta que la décima vez salió del programa entró en Youtube, salió de YouTube y volvió a abrir Instagram, esta vez en cuanto se abrió Instagram comenzó a sonar el reguetón y salieron los primeras cabezas exaltadas de los saltarines Jack Flash. A esa altura Zac empezó a preocuparse, volvió a mover los dedos hacia un lado hacia el otro hacia arriba y hacia debajo de la pantalla, pero siempre volvía el mismo vídeo con la misma música y los mismos bailarines. En la medida que se alejaba del teléfono el sonido aumentaba y en la medida en que lo acercaba su oído el sonido disminuía, de manera tal que él siempre percibía la música con la misma intensidad.
Apagó el teléfono, lo reinició, puso la contraseña colocó el dedo para la huella dactilar y de inmediato comenzó a sonar el reguetón sin necesidad de abrir Instagram. Zac tenía más de media hora de retraso para salir rumbo al trabajo, y los nervios sensiblemente alterados. Volvió a apagar el aparato qué cerró todas las aplicaciones, oscureció su pantalla, pero no pudo librarse del reguetón, qué con el móvil apagado sonaba incluso más alto .
Zac sacó el chip el teléfono y el reguetón siguió funcionando pero cada vez con el volumen más alto entonces lo estrelló contra una pared de concreto. El teléfono sufrió notables daños pero el zurullo sonaba cada vez más alto. Maldijo, gritó, saltó sobre el móvil, le pegó con un martillo, con una maza, usó el serrucho para seccionar las partes que quedaron divididas, pero el reguetón insistía cada vez con más fuerza. Recogió todos los pedacitos del móvil de los cuales, de forma autónoma salía la misma parte de la canción y el retumbar del bajo, se montó en su automóvil y fue hasta el puente del río Curí, donde lanzó todo desde lo alto a la parte más profunda. Pero para su sorpresa no dejaba de sonar y aunque parecía provenir desde el fondo del río, cobraba vigor alrededor de sus dos oídos. Y ahora, además, habían vuelto a la vida los bailarines y bailaban a su alrededor invitándolo a acompañarlos ofreciéndole sus manos. Cuando miró sus cabezas vio que ninguno tenía ojos, las cuencas estaban vacías.
Comenzó a bailar al borde del puente de manera histérica y desenfrenada gritando como poseído por un demonio. Zac odiaba el reggaetón. Quizás, si lo hubiera amado, o al menos tolerado, habría resistido un día más antes de lanzarse detrás de los restos del teléfono móvil desde lo alto del puente a lo más profundo del río, para poner fin a aquel infierno.
Cuando había descendido varios metros bajo el agua notó que en la medida que más bajaba más alto sonaban los berridos repetitivos, entonces casi con el último aliento y aterrorizado ante la inminencia de la muerte, decidió nadar frenéticamente hacia arriba buscando la superficie "No me importa, dios, Jesús, perdóname, quiero vivir, como sea , con reguetón, con mil tambores, pitos, flautas, alaridos, pero no quiero morir hoy" rezaba para su interior mezclando el estruendo con sus plegarias.
A punto de desmayarse, Zac sacó la cabeza del agua e inhaló una profunda bocanada, continuó respirando con frenesí y comenzó a flotar sobre la superficie pidiendo auxilio a gritos apagados por el frío y la fatiga, cuando de súbito vio unas manos que se extendían hacia él, de inmediato se aferró a una de ellas y al verle la cara notó que aunque no tuviese ojos lo miraba fijamente desde la sombra en la oquedad de las cuencas. Junto a los demás tarareó el ritmo de la sugerente letra que ya se había hecho carne en él:
"Mami quiero tu cucu, dame tu tota, que rica tota, que rico cucu, para mí piru, pirulí"
Una vez en la orilla soltó la mano de su salvador, fue en busca de alguna rama puntiaguda mezclada con la hojarasca, la halló y se la clavó con fuerza en ambos orificios de la oreja, sintió como la punta atravesó los tímpanos, pero su capacidad auditiva se hizo más diáfana y clara, en cambio los ojos saltaron fuera de las cuencas por la presión de la rama, así que no tuvo más remedio que tomar de las manos a sus partenaires en el baile, y empezar a descubrir, como quien se alimenta del caracú de sus propios huesos, mediante una concentración exquisita y minimizando los demás sentidos, todas las bondades ocultas del reguetón.