El ocho de Mayo de 1945 mientras Alemania ofrecía su rendición y con ello se declaraba el fin de la Segunda Guerra Mundial, miles de personas morían aún producto de las bombas arrojadas por aviones que ya habían partido con la orden de bombardear, soldados que aún cumplían las órdenes de luchar, nazis que todavía estaban a cargo de infelices moribundos a los que debían asesinar y que no conocían las últimas novedades.
En las guerras anteriores esto ocurría exponencialmente, a veces tardaban días las tropas en conocer la orden del fin de las hostilidades y continuaban lidiando en batallas sangrientas en las cuales morían miles de personas en tiempos que técnicamente, ya eran de paz, incluso hoy con toda la tecnología que nos narcotiza, si se detiene de repente una guerra se le puede avisar en el instante a los aviones, morteros, barcos, batallones, pero las bombas, los misiles o las balas ya disparadas continuarían hasta su destino final de carne, hueso y cal.
Hoy al despertarme apagué primero el ventilador, encendí luego la música de una lista de blues de Spotify y atravesé el pequeño salón de mi reducido pero coqueto apartamento de estudiante lascivo con el fin de hacerme desayunos lavarme cara boca y nudillos ( es que soñé que ganaba en una pelea a muerte de Kung Fu) y de repente me percaté que en el aire continuaba una estela del viento reciclado que el ventilador había estado dispensando toda la noche y los blues, si bien ya desperezaban los acordes de sus doce compases, también era notable la catarata de silencio que los acompañaba de manera predominante, el ruido del silencio convertido en macho alfa rabiando contra el residuo del viento artificial y los punteos iniciales de "Three O'clock in the morning".
Continué mi camino a la cocina asombrado por el fenómeno, abrí la nevera para sacar la leche de avena y el viento despeinó aún más mi cabellera matutina y los punteos ya reñían de manera ostensible con el silencio, casi parecía una pieza sublime por la variación en la sonoridad de las cuerdas, aún cuando conservaban los acordes de la pieza original, el sonido era totalmente distinto, donde habitualmente se escuchaba el tañer del mástil ahora aparecía un ruido apagado, hueco, terminal, ahogado, y allí cuando normalmente se había escuchado una acorde agudo descendía en barrena con un eco bajo, grave, emparedado.
No admití estar asustado pero lo estaba, puse el agua calentar sin mirar atrás, abrí la ventana de la cocina, en el suelo había pequeñas manchas de aceite que habían dejado unos trocitos de cebolla asada la noche anterior, me agaché a limpiarlas con un trapo empapado de agua hervida y pretendí que con esa ocupación doméstica desaparecerían los efectos tardíos del viento del silencio, pero no habían hecho más que comenzar. Salí de la cocina camino al baño sin ocultar ya mi alarma, hice una parada antes para cerciorarme de que el ventilador estaba apagado y de que la aplicación musical funcionaba bien, en efecto, todo eso estaba en orden, pero el viento no cesaba de crecer en su ímpetu y el silencio de ir ocupando espacios, que nunca antes había conquistado, abrí las ventanas y no llegaban sonidos del exterior excepto el esfuerzo de un córvido que estaba logrando atravesar nuevamente la cerca anti pájaros de mi edificio, de regreso al aire libre, pero todos los demás sonidos habituales, casi permanentes, habían dejado lugar a los acordes confusos de un blues irreconocible, aunque aún bello. El soplo cada vez más fuerte del viento carecía de sonido, cerré la ventana para asegurarme que los objetos que comenzaban a perder su equilibrio por la ventolera, permaneciesen flotantes, no enraizados, en casa y me dirigí al baño a duras penas, tuve que lavarme los dientes en medio de un ciclón silencioso, en un caos sedado.
Con el susto creciendo en el cuerpo abrí la ventana del baño que da a la otra cara del apartamento, entonces escuché ladrar al chihuahua de mi vecina, un golpe de sol barrió el fresco de mi cara, se escuchaba clara la voz y la guitarra de BB King, y para cerciorarme llamé con un silbido a la vecina que de inmediato acudió y sonriendo me preguntó:
-¿A dónde vas con esos pelos?
La saludé pero no hablé demasiado porque tenía la voz entrecortada, le dije que después nos veríamos y volví a cruzar el apartamento coqueto de soltero libidinoso hacia el otro lado, abrí la ventana y ahí estaban todos los sonidos de la calle, ya no había viento, el blues sonaba limpio, y el pájaro había dejado de aletear rindiéndose a su suerte. Regresé a la cocina donde ya no soplaba el viento ni había manchas de aceite y tomé con prisa la escoba, fui a la ventana más cercana a donde estaba el córvido resignado, extendí la escoba y le di unos suaves pero decididos golpecitos con la parte de los pelos de la escoba al trasero del ave atrapada, hasta que entre mi utensilio y su renovado aleteo, no sé si merced de haber percibido la cercanía de la salvación o por terror a mis intenciones envidiosas propias de todo ser no volador, el pájaro, seguramente con su lección bien aprendida, salió despedido hacia el sol creando un contraste extremo entre su negro bruñido y el resplandor de Agosto.
Entonces regresé a la ventana del lado de mi vecina con una brisa cálida en la nuca y los estertores de Three O'clock in the morning y, tras silbar para que se asomase, le dije en respuesta a su pregunta:
-Nada, es que soñé que peleaba Kung fú en el final de una guerra, y desperté de repente para evitar daños innecesarios en este páramo de virtudes, armonía y aire fresco- y me respondió: