La exaltación de que fuimos testigos en las demostraciones de furia loca arrebatada con el Taiger, desde que recibió el tiro en la frente hasta que falleció, tanto en las puertas del hospital, como en las redes, en los templos, incluso en los sillones presidenciales y los comités centrales de partidos comunistas, nos deja varios aspectos a observar.
Mi hijo mayor me salió al pasó cuando vertía mis opiniones burlonas sobre la adoración a semejantes zurullos sónicos, carentes de la mínima armonía y melodía, solo un ritmo desnudo, repetitivo y letras iconoclastas rebeldes contra todo atisbo de convencionalismo en la comunicación, en el lenguaje, en la etimología, y me dijo "respeta un poco eso porque es muy bailable y lo disfrutan millones de cubanos y gente de todo el mundo", concepto más que suficiente para, por respeto a mi hijo y al moribundo en aquel entonces, modificar mi animadversión al "reggae tonto", pero lo que me quedó rebotando entre occipitales y parietales, fue su sentencia "es que está muy pegado".
Ahí entendí todo.
Me di cuenta que en efecto está muy pegado, y que jamás el público de la trova, del jazz, la décima giajira, el son, ni siquiera del rock habría esgrimido ese término para excusar la avalanchas de pelotudeces que produjo tal tragedia o para re significar el placer de escucharlo. Si es que asimilar ese conjunto de estruendos se puede producir mediante el simple hecho de la escucha.
Ciertamente ninguna pieza de Beethoven, Mozart o Bach, están ni estuvieron remotamente cerca de estar tan pegadas como los fenomenales hits del Taiger, de Maluma o de Bad Bunny. A lo mejor al Chocolate sí que le ganaron.
Pero el hecho de que fuesen multitudes en un inicio educadas en la razón, en la ciencia, en cierto índice de la inteligencia, clamando hoy por Jehová, Tutatis o Babalu Ayé con el fin de que usen su poder para salvar al Taiger, sin cuestionarse que obviamente, si hubiese una deidad con tal poder y buen corazón, jamás habría habido un tiro, me obligó a entender que ya no es lo pegado de un tema, el cariño al juglar, o la pasión por sus letras, sino la destrucción de todo asidero para la esperanza de la cultura en la isla, otrora primer territorio alfabetizado de América. Contando Norte Centro y Sur.
Incluso una feisbukera que pasó tres días pidiendo que se salve, cuando murió dijo: "dios no quiso que sufra más y se lo llevó con él". Si al final ocurre siempre lo quiere el o la tal dios, es una herejía, una blasfemia, una ofensa castigada con el infierno de Dante el pasar tres días faltando el respeto a ese ser superior pidiéndole algo contrario a su voluntad, desafiando sus designios. Un disparate detrás de otro.
Nada de lo anterior obsta para acompañar a la familia, a sus deudos en su pesar, y desearles que el sufrimiento les sea leve. Y a sus furiosos fans solo desearles que si de un pronto relevo depende la extensión de su luto, que tengan una larga conversión en luz y paz, imbuídos por el valle de los silencios.