Toscar y el talión
13 Junio 2025
, Escrito por martinguevara
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Todo había comenzado cuando Toscar hizo un movimiento brusco por un repentino dolor lumbar y al regresar a su posición perdió estabilidad, trató de sujetarse pero ya era tarde, la cabeza había comenzado a tirar del cuerpo hacia abajo y cayó con todo su peso sobre el hombro, fuera del toro mecánico con que extraía los pallets dispuestos en stock en la nave industrial en la que llevaba dos años trabajando. Tuvo fractura de clavícula y una vértebra dorsal, el yeso lo tuvo que llevar puesto seis meses, cada mes y medio se lo renovaron por el desgaste y para analizar el progreso de la cura. Ese ínterin lo aprovechaba para rascarse, ventilarse, asearse, moverse y volverse a rascar con las uñas, sin necesidad de usar una regla, sintiendo una sensación de alivio retrospectivo.
A los seis meses, cuando le retiraron el yeso se dirigió al departamento de Recursos Humanos para ponerse a disposición de la empresa y comenzar a determinar cual sería la cuantía de su indemnización. La empresa le comunicó dos decisiones en ese mismo instante, ni regresaría al trabajo ni recibiría un solo céntimo por su accidente laboral. Ahí comenzó la andadura por el páramo de adhesiones, solidaridades y apoyos de parte de la ley para Toscar. Cada día que pasaba en su lucha por reparar lo que consideraba una atropello injusto, se veía solo sin apoyo en público, un poco más acompañado en privado, pero sobre todo más indignado y apertrechado de una fuerza de voluntad que hasta entonces desconocía, directamente proporcional a la profundidad de su enfado. Ni depresión ni bajones que atentasen contra sus intereses, en su lugar una actitud firme sostenida por una energía que no sabía a donde lo conduciría pero que parecía dirigirlo rumbo a un horizonte claro.
-Así que tu compromiso con la justicia era menor que tu pleitesía a los capos de tus logias ideológicas.
-No exactamente, es que recibía presiones, presiones imposibles de soportar, además crecí en ese medio, esa era mi gente, entre una cosa y la otra se me hacía imposible juzgarlos con imparcialidad.
-Pero estudiaste derecho romano, empezaste con el principio de equidad de Lustitia. Sabías los crímenes que estabas encubriendo, sabías el daño que estabas ocasionando a las víctimas.
-Sí, y me arrepiento mucho, me avergüenzo de mi mismo.
-Ya es tarde para lo primero, pero para lo segundo tendrás la oportunidad de morir con algo de decencia.
-No, no, no por favor, no quiero morir, la decencia me importa un comino, solo quiero vivir, ser rico, oler a magnolias y comer langostas con salsa golf, por favor no me mate, quíteme los platos.
-Echad esta basura al costado, traed al policía. Tú, mierdecilla de juez, quédate mirando a uno de los que encubriste, después pasarán banqueros, políticos corruptos, empresarios inescrupulosos y al cabo veremos que hacemos contigo.
-Hola- dijo el hombre que interrogaba a los reos en la cueva bajo el acantilado- ¿tú eres el prestigioso torturador de la nación al que tanto han protegido gobiernos fuerzas y jueces? Menuda piltrafa te veo hecho, parece que no te sentó nada bien el recibimiento de los muchachos. No te sientas culpable, ellos no son justicieros, sencilla y llanamente les encanta repartir golpes.
-Por favor, no me peguen más, pido perdón- dijo el apocado otrora torturador agente del orden, que hasta dos días atrás había vivido protegido por todo el aparato que, sibilinamente había mal simulado cambio de estructura social, con todo el patio sin barrer.
-Un poco tarde para perdonar porque muchos de los que dejaste lisiados de por vida, con dolores terribles durante años y aterrorizados en sus casas ya han muerto. Si te hubiera juzgado la ley, si te hubiesen quitado los privilegios y habrías expirado tu último aliento en un calabozo como correspondía dada la magnitud de tus crímenes, esa sería la piedad que merecerías, pero no hay posibilidad ni de perdón ni de muerte rápida. Lo único que podemos pensar es en no descender hasta tu calaña y propiciarte la posibilidad de una muerte menos atormentada Pero mucho más no podemos ni queremos hacer.
-Tiren esta inmundicia a las ratas.
-No, no, no, por favor a las ratas no.
-Ten un poquito de dignidad, las ratas tardarán en comerte completo, te dará tiempo a pensar en las barbaridades que hiciste, y si un día vuelves a nacer, recuerda los ojos inexpresivos y a la vez ávidos de horror de estos magníficos roedores y el brazo implacable de la justicia que parte del hombro de un hombre hijo de mujer y hermano del dolor. No te cagues encima, te juzgaremos primero, pero que sepas que tu trayectoria holgadamente ameritaría echarte a las ratas.
Entonces fue que Toscar dio la orden de enviar a esos residuos humanos que habían pasado años abusando, causando profundo dolor, erigiéndose como paladines de todas las injusticias con la más absoluta impunidad, directamente a la Villa de Justicia, como la había bautizado un par de años atrás cuando la fundó para albergar un buen manojo de culpables de un buen número de crímenes propios de la ostentación y uso abusivo de poder.