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http://www.elnuevoherald.com/2010/09/19/804798/martin-guevara-salto-al-capitalismo.html
Aún cuando es bastante improbable que alguien sea inocente del todo habiendo sido confidente, corresponsable, subordinado y hermano de otro que se dedicó asegurar su fijación en la silla de mando, digo que sus características eran casi en todos los aspectos diferentes, aunque Raúl nunca osó siquiera insinuar una oposición a su hermano, construyó un modo de vida y una serie de códigos éticos, dentro de las Fuerzas Armadas, que demostraban su efectividad en la vida cotidiana. Esa personalidad no se reflejó jamás en valor suficiente para hacerle frente a los despropósitos de su hermano, ni aún en los puntos en que podría estar en mayor desacuerdo.
Raúl accedía a hablar públicamente del Che, tanto en su honor como en calidad de amigo personal, cosa que Fidel rehuyó durante años, hasta el veinte aniversario de su muerte, que apareció en un documental expresando su admiración por su antiguo amigo, y con la excepción hecha, de un discurso en Chile en 1971.
Un día, al no recibir ninguna carta de mi padre, mi madre me confesó que no se sabía nada de él, que pensaban que estaba en una cárcel a la que se había sabido que iba a ser trasladado, pero que no había ninguna seguridad. Ya habíamos escuchado las historias de primera mano de un preso uruguayo que la Junta Militar argentina había soltado, y que terminó reuniéndose con su familia que se encontraba exiliada, en Cuba.
Este hombre, había pasado algunos períodos de su estadía en prisión en las mismas cárceles que mi padre, y aparte de hablarme de la integridad y el valor de mi viejo, de su carácter firme, y solidario con los compañeros, también me contó que los traslados, a veces resultaban viajes al otro mundo, ya fuere por los golpes recibidos durante el mismo y el poco interés de recuperar al preso en la enfermería o directamente a causa del asesinato del reo, en algún recodo del camino. Varios compañeros de ellos habían desaparecido en esas circunstancias.
Llevaba años escuchando y viendo una gran variedad de barbaridades, pero aquella narración de primera mano, me estremeció de manera especial.
Recuerdo que me temí lo peor, pero no estaba preparado en absoluto para interiorizar que al viejo lo hubiesen liquidado en alguna zanja, entonces decidí pensarlo solo durante las noches , cuando no podía evitarlo. Fueron pocos días pero muy intensos, en los que tomé determinaciones de las cuales no fui capaz de retornar, ni quise hacerlo.
Comencé a beber los días de semana. Dejé de estudiar repentinamente, y me busqué un trabajo de ayudante de mantenimiento, en la sección de limpieza de una empresa civil militar en Guanabacoa.
Entré en ese destacado puesto, junto a mi amigo el Nene, gracias a la gestión de Orestes, que trabajaba allí durante las vacaciones para ganarse unos pesos. Se producían todo tipo de utensilios de cocina de aluminio, para las FAR. Recibiríamos por el desempeño de la tarea 92 pesos cada uno. Aunque no precisaba el dinero de esa paga, constituía un motivo para que los que habían empezado a recriminarme que había dejado los estudios, lo hiciesen en voz baja.
El responsable nuestro del Departamento de América, pensaba que el motivo primordial de trabajar en lugar de estudiar, era una provocación, un rechazo a ese mandato entre los familiares de los altos cargos, de que había que formarse como un cuadro revolucionario, y también a la tradición burguesa occidental de ser un joven educado de provecho, un modo más de molestar; pero lo cierto es que yo no programaba ni lo que haría durante el día.
Nos destinaron limpiar los latones de basura, los restos de un enorme banquete con que se habían auto homenajeado a base de pollo y puerco, justo el fin de semana antes de nuestro comienzo. Parecíamos dos soldados de avanzadilla inspeccionando el terreno enemigo antes de que la tropa decidiese avanzar. Era un martirio, y empeoraba en la medida que lo íbamos dejando para el día siguiente a causa del insoportable efluvio pestilente que emanaban aquellos latones.
Al Nene le habían dado la llave de un toro motor, de los que se utilizan para levantar palets, para auxiliarnos en la tarea de volcar los ocho cubos de basura podrida e inflamada, resultó de poca utilidad, cuando intentamos levantar el primero , para trasladarlo al sitio indicado, se nos fue de costado, derramando los pollos que asomaban sus lomos y panzas verdes e hinchadas, por encima del borde del latón.
Después de ese accidente pasamos la semana entera haciendo trabajitos de poca monta, hasta que llegó el viernes y el jefe, un gordo panzón que vestía guayabera y rezumaba orgullo por su posición y orondez, montó en cólera, y nos amenazó con echarnos el mismo Lunes si no acabábamos la tarea.
Una semana más tarde percibí la paga de dos tercios de un mes, además de la hoja donde figuraban los motivos de la expulsión por si necesitaba mostrársela a alguien. ¿Estaba bromeando?
Esa página escrita a máquina y con un sello de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que atestiguaba mi escasa disposición para el trabajo y la disciplina, eran lo único que tendría en las semanas siguientes para enseñar, aparte de mi particular versión del pasito de baile de Travolta en Saturday Night Fever.