Involución novedosa y vieja revolución
La serie de escritos Bizarros, constituye una reacción a esta corriente de desonfianza no solo de los hombres, sino de las mujeres y su libertad a experimentar con soltura todas las posibilidades de la líbido. El erotismo.
Antes de que se consiga crear un mundo donde sea condenado toda mirada o gesto de llamado a los fluidos más naturales y ancestrales de la especie, no solo una condena conceptual que ya es grave, sino sentencias susceptibles de décadas de prisión, debemos analizar cada rincón del problema para allí donde esté reinfectando lo que costó siglos sanar, detenerlo, cada uno con sus rudimentos, en el caso de "Biizarro", es la palabra.
Hay que mostrar que la mujer y el hombre luchamos unidos para unas libertades sexuales, de disfrute hedonista, lúdico, fuera de la alienación de la cadena de producción y de los prejuicios monacales atávicos que hoy retornan disfrazados de conquistas, y no son más que anacronismos que vuelven a atentar contra la libertad, el gozo y el goce, en el sentido de satisfacción pulsional lacaniano, o de economía política en la satisfacción de la pulsión freudiana.
Está comprobado a lo largo de la historia que si bien la vida se abre paso en cualquier ámbito, los códigos de comportamiento y conducta aplicados desde el poder represor, pueden generar atrofias, parafilias, perversiones, perturbaciones que duren siglos. Es nuestro deber interceder en nombre de la convivencia, de la concordia, de la libertad, del placer, del progreso y la salud mental para dtener esta aberración.
De ahí que quizás alguien encuentre fuerte un relato bizarro contrastado con la corrección política hierática que hoy nos imponen con camisa de fuerza, pero en estos pasajes lo que refulge es la fuerza del deseo, la virtud del acuerdo, el poder de la decisión conjunta, más allá del vocabulario que se usase, en estas historias hay una narrativa de felicidad conjunta, colectiva, importada quien sabe si de los hippies, de los beatniks, de la gauche divine, de la izquierda caviar francesa, o sencillamente de la constatación del poder transformador y revitalizante de la lascivia empírica, de la ruptura de límites y el respeto del otro, a la hora de satisfacer el deseo. Una libertad que incluya la lectura y comprensión de tratados de un aparente alto contenido en misandría como "Hombres, los odio" de Pauline Harmange, o los cuentos Bizarros, precisamente como antídoto al triunfo de la misoginia o la misandría como rectores de la moral contemporánea.
Camaleón Guarapo
Un debate que sostuve con un coocido me está llevando a hacer un pequeño recordatorio sobre el trayecto de Guarapo Castro Ruz como líder la revolución cubana, desde su triunfo.
Primero juró que no era comunista, que su intención era instaurar una Constitución como la de 1940. Con la visita de Mikoyán se disipaban dudas de la inclinación de Cuba al campo socialista, tampoco la división maniquea del mundo en aquellos años dejaba muchas opciones.
En 1961 declara el carácter Socialista de la Revolución Cubana y su alineamiento con el campo socialista o segundo mundo, y comienza una estrecha relación de dependencia político comercial con la metrópoli de los mamuts congelados. Al año siguiente, en octubre se produce la Crisis de los Misiles, que tuvo al mundo en vilo al borde de una tercera Guerra Mundial.
Guarapo estaba dispuesto a todo, no es que quisiese disparar los misiles, porque sabido es que morir no era lo suyo, lo demostró llegando en las más pésimas condiciones la final de sus día sen vez de dejarse ir con dignidad antes del babero y el pañal, pero si tenía que mandar a dispararlo desde su búnker no tenía problemas.
La Revolución cubana era Internacionalista, mucho más que la soviética de entonces, Cuba adiestraba guerrilleros de toda América, y tal como declaró el ínclito pariente, deseaba crear "Uno, dos, tres Vietnam" . Guarapo tenía el firme deseo, el sueño de ser el Mariscal de la Gran Revolución Latinoamericana, para lo cual no debía escatimarse derramamiento de sangre ni dolor ajeno alguno.
Al cabo de las campañas fallidas de todas la guerrillas del Cono Sur de América Latina, y con los golpes militares de ultraderecha financiados e impulsados por el gobierno de EEUU en manos de Richard Nixon y la capacitación de la CIA, Guarapo , ni lento ni perezoso cambia totalmente de rasgos identitarios, comienza a usar traje militar pero de gala con corbata. Al regreso de las democracias, ninguna de izquierda al Cono Sur, se mete en el debate de la deuda externa como un demócrata más, llama a Frei Beto para suavizar su imagen en un libro donde se presenta como un cristiano de profundos principios jesuitas, llama a Gianni Miná y hace lo propio difundiendo una imagen ecologista. Que dicho sea de paso, desde Pinar del Río hasta Guanahacabibes es cierto que la conservación de la naturaleza es excepcional pero no resultado de una política ecologista sino por la dejadez y abandono de todo, como en toda la isla donde empezaron a crecer plantas donde hacia siglos no habíajn salido, aparecer especies y sub especies de flora y fauna)
Ante la vista del mundo aparece un casi angelito Guarapo Castro. De hecho tiene un hermano mayor llamado Ángel que llevaba una vaquería y el desarrollo de producción de leche y carne, y se apropia de ello dando a entender que la excepcional vaca "Ubre Blanca" que daba más de cien litros de leche llegando una vez a ciento veinte entre los ordeñes matutino y vespertino, fue un invento suyo, Así como se atribuyó la cerveza Hatuey de 18º que parecía casi un ron, se atribuyó pasajes de libros de García Márquez, frases plagiadas, más tarde la recuperación de la flora en los mogotes de Pinar del Río, la distribución de ollas arroceras, la "bicicletización" de la sociedad "como en Holanda" decía, no como en Vietnam, el quimbombó que resbala pa’ la yuca seca y la cabeza de su....moringa!
Invocaba la muerte con frecuencia en sus incansables frases bravas ¡Patria o Muerte! y ¡Socialismo o Muerte! pero nadie hizo más por estirar sus días hasta la última brizna de aire que sus pulmones pudiesen sostener, al costo que fuese.
Guarapo fue anti comunista, ortodoxo, anti ortodoxo, comunista, guerrerista armamentista y belicista, pacifista, ateo marxista leninista, martiano y cristiano juesuita, homofobo acérrimo, machista de manual, recibió a los más grandes revolucionarios, a los deportistas, a los empresarios, a Nicanor Costa Méndez canciller de la dictadura fascista argentina, a cineastas, besó las manos de tres papas, lo único que no le dio tiempo es a ser líder de los movimientos LGTBI y feminista hembrista. Pero Guarapo fue todo, y que duda cabe, un boxeador imbatible en las distancias cortas, un impecable conspirador tras las cortinas de palacio donde se secan las gotas de sangre caídas de las dagas traperas.
Bloqueo o blanqueo
La flamante y triunfal Revolución Cubana se quedó con la United Fruit Company y con todas las propiedades y empresas norteamericanas en la isla, lo menos que esperaban al inicio de la revolución era un bloqueo, lo normal era una guerra.
Al principio de la Revolución ningún comandante osó quejarse de eso, al revés, era un orgullo el Bloqueo de Kennedy, era la forma de decir al mundo ¡Ahora ven, esta sí es una revolución social, miren como se la toma el monstruo!
La muelita del Bloqueo vino mucho más tarde por dos razones, una, cuando Guarapo se dio cuenta de que era una amalgama perfecta, un pegamento instantáneo para las masas en torno al patrioterismo y en contra de un enemigo común, y dos, cuando Guarapo vio que la idea inicial de ser el Mariscal de la revolución latinoamericana se esfumaba, golpes de estado fascistas, guerrillas ahogadas, sueño terminado, ya no funcaba. Pero incluso cuando empezaron con este reclamo les daba vergüenza por su carácter contradictorio “¿hacemos una revolución contra el Imperio, contra el dólar y estamos llorando porque el imperio y el dólar no nos quieren?” entonces comenzó a esgrimirse la razón, esta sí completamente legítima desde el punto de vista antiimperialista revolucionario, de que una cosa era que EEUU no comercializase con Cuba y otra que prohibiese a todos sus satélites el comercio y las transacciones monetarias. Esta postura fue cobrando cuerpo en la ONU, en los diferentes tipos de gobiernos de todo el mundo por su acierto lógico, y sobre este pedestal se erigió el ya afamado “No al bloqueo”, exclamado en los rincones más recónditos del mundo donde no tienen ni idea de lo que son diez horas sin luz, con mosquitos del tamaño, velocidad y agresividad de aviones MIG 23, andando con el espinazo pegado al estómago a veces solo separado con un jarro de agua azúcar o un pan con pan y leyendo por primera vez en internet, que Guarapo, el estandarte de la austeridad, tenía su isla particular con decenas de yates y sus millas alrededor para pescar y compartir con sus amigotes Gerard Depardieu, Oliver Stone o García Márquez, sus mansiones, sus vinos Vega Sicilia de trescientos euros la botella, a lo que el bloqueo no le causaba ni el más mínimo cosquilleo. Un “No al bloqueo”, que subrepticiamente pide a gritos fulas, sombrilla y mosquitero Yuma.
Por otro lado, la aberración de las leyes desde Kennedy hasta las restricciones de Trump pasando la ley Helms Burton y la Torricelli, es que el principal adalid del capitalismo a nivel mundial aboga por medidas de restricción que fueron el sello distintivo de las economías quinquenales del Segundo Mundo o bloque Socialista, gestionadas por el estado.
Un intervencionismo impropio de cualquier sociedad libre o economía de mercado, poniendo coto a los industriales, agricultores y todos los sectores de negocio para establecer relaciones con quien estimen conveniente. Como si el ministro de economía estadounidense durante sesenta años hubiese sido Carlos Rafael Rodríguez.
Por ambos lados el bloqueo/embargo es una barbaridad anacrónica, pero lo lógico es que, dadas las sesnibilidades ideológicas declaradas, la posiciones fueran inversas, que Cuba dijese "No al comercio con el Imperialismo" y la patria del más puro capitalismo dijese "Queremos hacer negocios con cada cubano disponible"
La revancha
Albertico le ofreció a Toscar el apartamento de un amigo de andanzas que estaba huido por problemas con la ley y le había dejado las llaves para que le cuidase a la cotorra. Toscar se hizo rogar un rato pero al final de la charla le dio un abrazo a su amigo y agarró las llaves con tal fuerza que en un momento pensó que se le clavaría la punta de una en la palma de la mano.
Toscar no dejaba de pensar en alguna venganza contra los estamentos jerárquicos de la empresa, pero sabía que para eso tenía que trabajarlo mucho. Primero mejorar su posición económica, era fundamental, porque aunque empezó a sentir una especie de culto al justiciero de Olot, aquel que se llevó puestos con una escopeta a los hermanos explotadores y estafadores para quienes trabajaba y que le debían cinco meses de sueldo mientras se daban la gran vida, y al director de la oficina bancaria que estaba por quitarle todo, junto a la empleada que cada vez que lo veían entrar lo destrataba de una forma humillante. ¡Pum! y se acabó, no más tensión en todos los músculos, ni toneladas en los hombros, ni dolor punzante bajo las cejas, ni cabeza baja, ni sensación de ahogo en la madrugada, se quitó todo en una tarde, y se entregó a las autoridades con una sonrisa en el semblante que revelaba un alivio tan profundo, que fácilmente podía confundirse con la felicidad.
Pero el justiciero de Olot estaba preso y eso era algo que no le permitía ensoñar el pensamiento en paz, terminarlo con una lazo perfumado. No era justo que cada vez que alguien harto de ser pisoteado decidiese romper el acostumbrado mecanismo de aplastamiento hasta la desintegración, por sí mismo y por el resto de los pisoteados que por las más diversas causas no pueden patear la mesa del pan duro, termine preso o muerto.
Una tarde hablando con Albertico Toscar le dijo que con el tiempo deseaba crear un pueblo donde consiguiese alojar a los personajes más pérfidos dentro de los que abusan del poder, No solo delincuentes sino aquellos cuyo delito consiste en ejercer el poder que tienen sobre una o más personas. Albertico le dijo:
-Y al primero que metemos ahí es a tus viejos y a los míos.
-Albertico, imagínate a todos esos hijos de puta multimillonarios, abusadores, trabajando con las manos, cargando cubos de cemento, echando mezcla con cuchara de albañil, subidos a andamios a más de treinta metros de altura, sin seguridad, con cascos sucios, con lluvia, nieve, sol que raja las piedras, o viento huracanado, llorando en la noche por las ampollas, preguntándose entre todos ellos en el único bar del pueblo roñoso, pestilente, tomando un café mezcla, al inicio, y con el tiempo bebiendo alcohol barato, vino de tretra brick por el tiempo que duraría tal suplicio, y que habrían hecho para merecerlo, mientras con el paso de las semanas los menos pervertidos por la crueldad que les atenazó el alma a todos en sus burbujas de poder, comenzasen a comprender lo que habían hecho, la asfixia que habían impreso a seres que entonces ni siquiera consideraban humanos, a los que tenían ubicados socialmente por debajo de sus mascotas, incluso de los animales del zoológico, a los que entendían requerían mayores cuidados que sus empleados. Imagínatelos discutiendo entre ellos cuando unos comenzasen a visibilizar el daño ocasionado, mientras los otros tozudos en su incapacidad para distinguir el bien del mal, no solo continuasen sorprendidos con el castigo reformatorio, sino que formasen cédulas con el fin de rebelarse al sistema impuesto, y los que se distanciasen fuesen a informar a la policía que habríamos organizado, con idénticos mecanismos de actuación que la que los protegía a ellos y sus intereses, y entonces entrase a sus apartamentos tirando la puerta abajo y tras un buen ramillete de porrazos, puñetazos y patadas, los subiesen a una patrulla camino a un calabozo donde esperarían unos pocos días en recibir la condena de jueces tan imparciales como los que ellos manejaban a su antojo, recibiendo penas de mínimo veinte años de reclusión en una prisión infecta sin derecho a revisión de pena, por pertenecer a una organización terrorista con fines de atentar contra la autoridad establecida. Sus esposas deberían salir a trabajar de lo que fuese si querían comer. Algunas, las más “buenorras”, que aun después de parir como lazo al patrimonio, y tras las toneladas de potingues de calidad, seguían estando de buen ver, a alquilar servicios sexuales a veinte euros la mamada y a cuarenta el polvo, en la parte trasera de las chatarras de coches que pudiesen permitirse los puteros, sobre tenazas, llaves, cubos de albañil, cal y cemento, con mucho sigilo ya que la prostitución está prohibida en el pueblo para pobres y a la que atrapen puede ir a pasar unas cuantas navidades en la prisión contigua a la de su esposo, dejando los niños en caso de que hubiese al cargo del estado con los recursos de este destinado a ese tipo de criaturas. Mientras las que ya de tanto tomar té con tarta por las tardes y de comer las exquisiteces que sus criadas sudamericanas o africanas les cocinaban al mediodía y por la noche desarrollaron prominentes abdómenes, caderas con más chicha que tendón y muslos fofos, tendrían la bendición de solo poder dedicarse a trabajar en algo de provecho y sobre todo, que tendrían muy visto a lo largo de su vida privilegiada, aunque probablemente no con ánimos de aprender, las habilidades de la servidumbre. Podrían volcar todo lo aprendido, o más bien lo recordado de sus mucamas en las casas a las que fuesen a limpiar, lavar ropa, tender camas y asear inodoros empercudidos, de hogares súper humildes como el de ellas mismas, pero de albañiles o mineros, o deshollinadores, aplicadores de alquitrán en la carretera, destapadores de cloacas, electricistas de postes de alta tensión, empleados en mataderos, peones de campo, y un largo etcétera componente de los trabajos más duros en las clases bajas, que hayan asumido obedientemente el nuevo estado de las cosas y se hayan resignado a ser buenos ciudadanos. Personas de bien y n terroristas o antisociales. Estas mujeres percibirían menos que cuarenta pavos por media hora de fricción corporal, pero nin correrían riesgo de iur presas, de ser goleadas en la noche, abusadas en las furgonetas chatarra, ni de adquirir enfermedades venéreas, aunque no se salvarían de los cientos de enfermedades que esos trabajos, siempre, indefectiblemente, si no es una es otra terminarán aportándoles a su salud: artrosis brutal prematura, neumonía, cúmulo de alergias, mordidas de perros, arañazos de gatos, contusiones por caídas, escoliosis, dolores de todo el cuerpo por el exceso de horas para cumplir lo pactado, el contrato o la norma. Enfermedades degenerativas que más tarde o más temprano las retirarán del servicio doméstico con una ínfima pensión que les dará para descansar en paz esperando antes a la pelona en el lecho que al terrorista del marido, que en el mejor de los caso llegaría muy cambiado tras veinte años conviviendo con la peor calaña de la sociedad, su propio nivel pero en otras modalidades. En cambio imagínate a los que aceptasen el modo de vida mismo que ellos ofrecieron a sus subordinados. Al cabo de cuarenta años podríamos convocar una especie de Congreso para compartir experiencias, aprendizajes, conminarlos mediante una suma paupérrima pero motivadora dados sus ínfimos emolumentos, a escribir, a dejar constancia de sus reflexiones, escarmientos, criticas, descargos en su favor, todo lo que se les ocurra, libertad expresiva por un mes para que, con arreglo a la ley y el orden por supuesto, manifiesten lo más granado que el acervo recogió de los cuarenta años de experiencia empática con sus ex antagónicos. Imagínatelos con todos esos dedos enormes, no como los de los albañiles que debieron comenzar a echar mezcla con el padre desde los doce años. Pero sería un ejército de curas violadores, empresarios inescrupulosos, policías golpeadores de los más débiles, carceleros torturadores, banqueros expoliadores, aristócratas chupasangre, monarcas corruptos, con la carne de las yemas sin huellas dactilares, engrosados por la superposición de callos, bordeando la uña a tal punto que la hunden barnizada de mezcla endurecida por siempre, las palmas de la mano plagadas de relieves y rugosidades callosas que les convierte en un suplicio el simple hecho de poner en hora un reloj de pulsera, las caras deformadas por la ingesta de alcohol de altísima graduación y pésima elaboración, las orejas grandes, las calvas irregulares, el escaso pelo ralo, alambroso, la tez bruñida de mal sol, bronceado diferente al de cuarenta años atrás, tetas caídas de mala alimentación barrigas enormes de fritangas y caldos especiados con chorizo de lata, con los ojos rojos de resaca y el ceño vencido hacia las mejillas. Imagínate los resultados del Congreso, dejaríamos participar también a los terroristas y a las putas desde las prisión, es casi más motivante conocer el crisol o quizás lo monolítico que arrojarían esas conclusiones recogidas en una especie de “manual para la convivencia”, que el placer supremo de verlos trabajar y percibir el cheque de quinientos morlacos a final de mes que solo les alcanzase para arroz, papas, huevos algún pollo, unos tres bombillos encendidos a la vez n la casa, aguardiente feroz y jabón de lija. Que no te niego Albertico, lo placentero y reparador que sería verlos llorar como plañideras pero todavía más esperanzadora es la ilusión de poder leer sus observaciones al cabo.
-La verdad es que sí, deberíamos empezar a intentarlo. Pero después del Congreso ¿qué, los soltamos a todos, los invitamos a saltar del acantilado?
-No, ya tengo todo planeado. ¿Nunca viste esas películas en que un grupo de ricos buscan la forma de convencer a un mendigo para asistir a una caza, y cuando llega la hora le comunican que la presa será él? En algunas le ofrecen unos cuantos miles que podrá disfrutar si logra llegar a un punto generalmente lejano, en otras le ofrecen la vida, y que está tomada de la realidad, en un país del Este de Europa desarticularon una banda que organizaba ese tipo de cazas a las personas más desgraciadas de la sociedad. Y que probablemente se replique en países con vigilancia e la ley muy laxa. Pues mi idea es reproducir esas cazas pero al rico. Ofrecerles a los afortunados que lograsen alcanzar ciertos límites dentro del territorio que deberíamos tener controlado para la ciudad reformatorio y alrededores, quedasen, de algún modo, libres, aunque jamás podrían regresar a su antiguas vidas, países, ni por supuesto poder y comodidades , pero disfrutarían de una vida más frugal, podrían gozar de un trabajo livianos incluso según la edad de una pensión justa que les alcanzase para algún pequeño lujo de vez en cuando. El único tema que debemos pensar para esa caza, es quienes serían los cazadores, que obviamente deberían provenir de los bolsones de seres damnificados por sus presas. Esto nos plantearía varios inconvenientes, el primero que se me ocurre es que si la caza la organizamos pasadas décadas de los abusos cometidos, habrá un problema de edad y acaso, la merma de los ánimos de venganza de la victima. Si lo organizamos apenas sean secuestrados para introducirlos en la ciudad reformatorio, cuando todavía esté fresca y vivaz la bronca de la victima, en caso de conseguir la libertad, el o la castigada no habría aprendido nada de lo que deseamos enseñarle. Luego está el detalle de la confidencialidad en la caza, y tener en cuenta que si bien comenzamos esta actividad lúdica más con el fin de establecer una justicia terrenal, al cabo de cada expedición o bien deberíamos realizar un trabajo psicológico con los cazadores para extraer culpas, o bien deberíamos asumir los mecanismos de la naturaleza humana una vez que se tiene acceso al poder sobre las personas, y una vez que se experimenta el placer del resarcimiento a gran escala, no de la revancha de andar por casa, sobre conocidos, compañeros, vecinos incluso familiares, sino en una dimensión desconocida, a donde solo se llegaba con grandes sublevaciones, revoluciones altisonantes. La posibilidad de la venganza sobre el mayor culpable de los males, utilizando toda la fuerza que la bronca requiera o pueda producir, arribando al acto más liberador imaginable, pero admitiendo que deja un poso de mal, de conocimiento del placer de ocasionar daño, que de alguna manera justifica a cada ser maligno de este mundo previo y posterior al experimento, que atenta contra el propio fin de la ciudad reformatorio, ya que perpetúa la exacerbación de la crueldad siempre que el poder lo permita.
Salvando algunos pequeños detalles, de importancia pero no determinantes, Toscar y Albertico, tenían un proyecto sólido en mente. Faltaba un universo para que también estuviese entre manos.
La pirámide
Cristian y Sari, padrastro-padre y madre de Milda y Toscar, ya no sentían la misma tensión pasional haciendo el amor que al inicio de su relación, cada vez era más frecuente que los besos cercanos a la eyaculación o los orgasmos fuesen con la cabeza al costado de la mejilla, cada uno con sus ojos cerrados o entornados forzando la aparición furtiva de imágenes de vecinos, compañeras de trabajo, amigos de la familia, cualquier auxilio era bienvenido en tales instantes, y también por supuesto, era de esperar. Llevaban un tiempo ya prolongado y habían sido muy lujuriosos en la cama aunque poco creativos, habían disfrutado como enanos cada centímetro de la carne del otro, los líquidos, las protuberancias y las voluptuosidades curvilíneas, los fetichismos que se les antojaban, incluso hubo un tiempo de promiscuidad programada, se podría decir que habían disfrutado bien el uno del otro exprimiendo la naranja hasta la cáscara. Estas guardias desde la torre de control de su ventana a la apretadera de su hijastra, a la que Cristian nunca había mirado con picaresca lasciva, pero que resultaba imposible enfriar la temperatura ante aquella metedura de mano, en que ora el culo, oras las tetas, quedaban expuestas bajo prendas a la evidencia del esplendor de su suavidad, de su esponjosidad, de su maniobrabilidad, daban a Cristian un extra de energía y deseo que de repente sorprendía a Sari, que ante tanto ímpetu de vanguardia no encontraba mejor camino que aquella senda poblada de abetos, colibrís y arroyos de agua cristalina para dejar llevar su barca, aunque obviamente ella, en su fuero interno y no demasiado profundo, sabía que el cariz de aquel arrojo, era motivado por algún agente externo de los que ya era imposible prescindir. De algún modo la calentura de Milda y su novio en la apretadera de la esquina, dotaron de cierta alegría y distensión el tiempo compartido en salón, cenas, desayunos y juegos de cartas, que de manera sorpresiva también reencontraron su cauce sobre la mesa del comedor una vez expulsadas las miguitas de pan, las cucharitas y los vasos de la cena.
Pero Cristian tenía un gran amigo, Bent, compañero de trabajo en su juventud, al que no tenía reparo en confiarle los sucesos, sentimientos o emociones más intimas, botella de espirituoso mediante. Solían encontrarse en presencia de sus respectivas familias, hijos o esposas, y al cabo de un rato uno le decía a otro de manera espontánea –Oye, vamos a tomar un cafecito a la esquina- y ahí comenzaba la noche de curda. Era el único momento en que Sari creía perderlo como había perdido a cada hombre de su vida empezando por su propio padre, y solo por esta razón odiaba a Bent, ya que era imposible odiar Bent por otra cosa, era tan exquisito visitante como anfitrión, no olvidaba detalle alguno, se movía con una bien labrada educación, nunca daba un paso más allá del que le era concedido con un ademán o una invitación directa. Era sumamente cuidadoso de las relaciones interpersonales y un conversador exquisito, divertía a niños y adultos por igual. Excepto cuando se sumergían ambos amigos en esa catarata irrefrenable, que ambas esposas sabían que de un momento a otro llegaría, pero albergaban la vana esperanza de que un día sus respectivas presencias fuesen mayor estímulo para sus esposos que el taburete de un bar y las charlas de borrachos en el billar. La esperanza presenta forma de paloma dócil mientras por dentro se pelea con sus compañeras por un trozo de pan y contaminan toda la ciudad, mientras que la dura realidad es un águila que, junto a su compañero o amiga vitalicia, vuela tan alto y tan lejos que es imposible que llegue a molestar a alguien. La esperanza es inofensiva y la realidad temeraria.
A veces en las visitas de dos o tres horas compartiendo una cena, una larga sobremesa, risas, reflexiones, parecía que esa sería la ocasión en que el amor podría más y llegaría a su fin el encuentro, cuando de repente, en voz alta uno de los dos le proponía al otro ir a por su cafecito de rigor. Unas veces para variar usaron, sin acuerdo previo, la excusa de ir a buscar un helado, e incluso llegaron a decir la verdad en cuanto al líquido que irían a homenajear - ¿qué te parece si nos tomamos una birra y volvemos?- Ambos lo hacían sin la mínima mala intención pero al cabo de un rato estaban enredados en ese triángulo en que la botella presidía la pirámide con mano de hierro. Más de una vez Sari estuvo apunto de explotar pero contenía ese impulso violento, no quería volver a trabajar como una burra, desde que estaba con Cristian más del setenta por ciento del sostén de la casa provenía del trabajo de él, por primera vez desde que era niña, había podido volver a tener tiempo para pintar, para leer y ver televisión, no quería arruinar eso solo por unos celos incontrolables, que incluso no alcanzaba a distinguir bien, si eran hacia ese nexo tan imposible de penetrar o romper de su esposo con su amigo o hacia el elixir de la botella, que en todo caso, y por suerte, solo bebía con Bent.
Pues un día Cristian le confesó a Bent la calentura que estaba experimentando observando la apretadera de su hijastra con el novio, no solo le reveló la consecuencia sino que fue a los detalles, a esos dedos de él arrastrando la braguita hacia la profundidad de la hendidura de las nalgas donde cualquier cosa podía ser imaginada, el contorneo de ambos provocado por el aguijoneo del gozo, le confesó como él, juraría que desde lejos podía oír los jadeos, los suspiros, los “ah” los “uf” y los “oh”, y para ser más leal con su amigo le dijo como se le ponía el rabo y que rico era eso para después singarse a Sari con fiereza, tanta, que a veces debía contenerse y disimular la excitación distribuyéndola en dos polvos, cosa que sorprendía Sari, que no obstante conseguía asumir sin mayores derroches de voluntad.
“Por la cuenta que le trae”
Una tarde fría Bent fue a cuidar la casa de su amigo y su familia a petición de este, se había ido con Sari a pasar un día fuera y los muchachos se quedaban solos -“no hace falta que quedes todo el tiempo solo que veas que llegan a casa bien, por favor y un millón de gracias” – en esa ocasión la agradecida fue Sari. Por una vez toda la simpatía del amigo de su esposo no finalizaría con el broche de una buena curda “ustedes saben que es un placer para mi y un honor a la amistad”.
Cuando regresaron Toscar y Milda, él les propuso una pizza, los muchachos aceptaron gustosos, pero Milda le dijo que tenía que salir un rato a ver a su novio. “si el maldito celoso de Cristian te lo permite ¿quién soy yo para frenarte?, ve peor no vuelvas muy tarde”
-Bent, cuando sea la hora basta que subas al cuarto de invitados y me pegues un grito como hace Cristian
-Hecho.
Terminaba de salir Milda por la puerta y Bent subió las escaleras estrechas y se metió en el cuarto de invitados con la luz apagada. Tuvo que esperar un poco porque los novios fueron a tomar algo como de costumbre y Bent no los tenía tan cronometrados como Cristian, pero la espera había valido la pena, al cabo de no demasiado rato ahí estaban en el punto exacto en que le había descrito su amigo, besándose manoseándose, ella iba mucho más allá de lo que Cristian le había contado, tomaba iniciativas muy audaces sobre la bragueta del novio, sacó su glande a través de la cremallera del jean y comenzó a meneársela, hasta que bajo ese tenue pero perceptible haz de luz comenzó a hacer unos movimientos principiantes, inexpertos, hacia arriba y abajo volviendo a besar al novio en la boca. A esa altura con la suma de las fantasías que ya tenía estancadas pero al rojo vivo en su cerebro y lo que acababa de ver y suponer, estaba caliente como una cafetera. Abrió la ventana y gritó ¡Milda, sube! Comieron un par de porciones de pizza de barbacoa, una ignominia que causaría el infarto de cualquier italiano desde el Véneto hasta Trapani, pero por como la devoraron no cabía duda que estaba riquísima. Y entonces Bent le pidió que subiera con él al cuarto para enseñarle lo que se veía desde ahí, cuando llegaron le pidió que mirase por la ventana y se puso detrás de ella, empezó a describirle con voz aterciopelada lo que acababa de presenciar y como lo había puesto, que no era justo que él fuese a llamarla para comer y tuviese que vivir algo semejante, que le había descolocado todas las hormonas y se sacó el rabo para enseñarle que duro lo tenía, Milda comenzó a recular hacia donde podía en la penumbra y el pequeño espacio que le dejaba Bent, primero queriendo simular que nada de eso estaba pasando, después le pidió disculpas, le dijo que no sabía que se veía tanto, Bent le dijo que ella lo hacía para calentar al que mirase a la vez que se calentaba con el novio, y cuando Milda quiso le dio un manotazo para salir de sus brazos, él le dijo quédate quita porque si no le voy a contar a tu madre y tu padrastro que estuviste dando este espectáculo para ponerme así, Milda comenzó a llorar, un repentino terror invadió todo su cuerpo, vio claramente que no tenía otra salida que gritar fuertemente y luchar con uñas y dientes literalmente si quería zafar, pero temía más la amenaza de Bent que lo que quiera fuese lo que tendría que soportar apretando los ojos, apretando los oídos para cerrar la puerta a todo recuerdo, como cuando imaginaba que el padre la había dejado por mala. Los besos babosos en el cuello en las tetas, le dolieron de otro modo pero en su dimensión, casi tanto como la penetración, de hecho supo que sería ese aliento asqueroso y esos jadeos y babas los que nunca iba a poder borrar de su memoria. Bent había olvidado cerrar la puerta del todo, y Toscar al escuchar unos sonidos que si bien no eran en volumen alto conseguían ser suficientemente alarmantes, y aunque el chico no entendió bien lo poco que alcanzaba a ver, sí vio que la hermana no la estaba pasando bien dentro de aquel cuarto, entonces gritó desde afuera
-¿Está todo bien Milda, pasa algo hermana?
Y fue ahí que Bent sacó el miembro ya fláccido de dentro de Milda y le dijo a modo de amenaza -dile que no pasa nada, y no se te ocurra contar esto nunca a nadie, mucho menos a tus padres- y dejando a Milda sollozar acurrucada en la cama, salió del cuerto acariciando la cabeza de Toscar y diciéndole:
-No le ocurre nada chico, solo la regañé por la malcriadez de besarse con ese don nadie en medio de la calle, debes cuidar a tu hermana para evitarle una amargura a tus padres ¡vamos, a dormir ya los dos que es tarde!
Toscar corrió adentro a abrazar a la hermana, así estuvieron un largo rato hasta quedar dormidos en el cuarto de invitados, alumbrados por la luz de la luna que penetraba por la maldita ventana.
Milda no le contó lo sucedido al hermano, era demasiado pequeño para introducir semejante perturbación en su cabeza, tampoco les dijo nada al padrastro ni a la madre. Hizo unos intentos de que Sari intuyese algo evidenciando largos silencios, ensayando miradas que si bien sabía que de por sí no podrían clarificar nada, estaba convencida de que eran suficientemente inhabituales como para provocar la curiosidad de la madre. Pero Sari, ya fuese por no escarbar hacia un compartimento demasiado turbio, o porque no lograba captar esos intentos de llamadas de socorro, nunca preguntó. Sin embargo sí se lo contó a su novio, apoyada en su hombro lloró mientras sin levantar la vista sintió como el magnetismo que compartían y que era creciente en la medida que pasaban los días, de repente se interrumpió, fue como un rayo pero al revés, un rayo marcha atrás, lo sintió a kilómetros de distancia y cuando levantó la vista vio que no estaba equivocada, en la mirada de él había más desprecio que sorpresa, y más miedo que desprecio. Si algo necesitaba Milda no era esto. O quizás sí.
Con el paso del tiempo Toscar fue interesándose por aquel episodio confuso, que sin embargo en la medida que iba creciendo y conociendo aspectos de la sexualidad y las perversiones de la vida, cada vez le quedaba menos duda de lo que había presenciado sin lograr entender. Tanto insistió que Milda, también necesitada de correr el velo sobre aquel episodio y hablarlo con alguien y habida cuenta de ello quién mejor que el hermano, le confesó todo lo ocurrido, le dijo que lo peor es haber perdido la virginidad con aquel hijo de puta, necesitaba hablarlo tal y como lo recordaba, con cada detalle, hasta el punto que Toscar le pidió que parase porque sentía que iba a desmayarse del mareo que le ocasionaba la historia. ¿Bent? Aquel visitante conquistador de cada minuto, dueño de cada anécdota, con razón fue desapareciendo de a poco y nunca más supieron de él. “Por lo menos me quedé abrazado a ti esa noche, algo debí haber presentido”
-Te confieso que en buena medida desde ese día hasta hoy he podido metabolizar aquella pesadilla gracias a ese gesto tuyo, ni siquiera fui al baño a limpiarme, solo necesitaba tu abrazo.
-¿Por eso te hiciste novia de Albertico?
Milda le dijo que no sabía, que cualquier respuesta era posible, porque aunque ella había encontrado rudimentos para bloquear las imágenes y emociones de la violación que le solían asaltar los pensamientos de manera repentina, en el momento menos pensado, sinceramente no podía precisar cuantas de las consecuencias de sus actos en realidad estuvieron ligadas, de una forma directa o colateral con aquellos minutos posteriores a la pizza de barbacoa, sabor que nunca más volvió a probar.
Amor de hermanos
Toscar y Albertico eran del mismo barrio de clase obrera y marginal. Los tiempos en que por lo general todos los vecinos tenían trabajo habían quedado muy atrás, la mayoría de familias eran un burujón de desastres, de gritos, portazos de vetes para el carajo, a tomar por el culo o a la reputa madre que te parió. Ya ni siquiera las viejas estaban pendientes de los chismes porque eran tantos que no daban abasto después a comentarlos en el mercado o la plaza, bueno ese terraplén al que llamaban eufemísticamente “plaza” acaso porque le quedaba unos banquitos de la época en que los viejos jugaban cartas o dominó. Ya solo paraban los chavales día y noche, los de vida más o menos sana paraban por la mañana hasta la hora de comer, a media tarde ya se hacían con el terraplén los que ya se veía que nunca terminarían progresando en un trabajo y por la noche los que ya tenían demasiadas claras las sombras de rejas en la cara. Ni los de la mañana ni los de la tarde ni los de la noche estudiaban ni trabajaban en nada, pero los matutinos al menos estaban bajo la vigilancia todo la atenta que se podía de madres, padres parados tíos y primos mayores. De esos había sido Toscar y Albertico de los de la noche. Toscar quería progresar, sabía que para eso tenía que salir del barrio, con una beca, con buenas notas, o escapando a Dinamarca, tenía esa obsesión, Copenague y después Jutlandia, tenía esa idea fija imaginaba Jutlandia semi vacía, enorme, donde necesitaban de todo por ende seguro que él lo precisarían para algo, ahí sería muy importante en lo que supiese hacer. Su fantasía y anhelo había nacido de unas imágenes campestres, de inmensas praderas de pasto verde claro brillante y florecitas violetas como de brezos pero menos rudas, que formaban la mayor parte de una película danesa que había visto cuando niño, de la cual no entendió nada, pero que le dejaron fijadas en el hipotálamo las fotos fijas, claras y diáfanas que conformarían la base de su sueño motivador. Para ese objetivo Toscar se aplicó en los estudios, pero aparte encontró placer en la lectura y libro tras libro se cultivó de manera bastante solida, llegó a entender bastante de pintura y arquitectura, nociones dispersas, intuición natural, un acervo cultural destacable en el barrio pero que no dejaba de tener solo tres patas.
Albertico al revés, no solo no le importaba ascender en la escala social o cultural sino que no le importaban en absoluto ocupar posiciones consideradas de descenso. Siempre que el menoscabo fuese de cara a los demás y que consigo mismo se sintiese a plenitud, le importaba un pepino en que nivel se encontrase, incluso le hacía cierta gracia y le proporcionaba chispas de orgullo que cierto tipo de persona prefiriese mantenerlo a distancia. Tal vez por esas razón Filda, la hermana de Toscar, se sentía atraída por él. Ella había tenido que ayudar a su madre en todo desde que era adolescente privándose de las salidas de exploración alegre que las chicas de su edad solían practicar, a veces por el estado de extenuación absoluta de la madre, que no paraba de trabajar, y a veces porque prefería no ir con esos vestidos o jeans sin swing que colgaban de las cuatro o cinco perchas que se daba un generoso espacio dentro del placard. Filda leía novelas de amor y de viajes con idéntico interés y escribía con fruición, volcaba todo lo que le pasaba por la cabeza durante el día en diarios que se apilaban en forma de cuadernos y agendas, ella tenía una letra tan indescriptible que ni ella entendía su letra. Cuando más prolíficas fueron las horas de apuntes en sus cuadernos fue cuando la madre comenzó a discutir con demasiada frecuencia con el padre de Toscar, con quien habían convivido en una más que aceptable paz hasta que el niño dejó de tener esos cachetes redondeados y los últimos retazos de la risa de bebé. El primer novio que tuvo Frest, tenía un año más que ella, cada vez que se quedaban besándose en la esquina el padrastro salía a llamarla y cuando se despegaba de sus besos y sus manos que ue agarraban todo lo que sobresalía, se quedaba mirando impresionada un chichón enorme en la bragueta de Frest, que sabía como iba a bajarlo más tarde, casi de la misma manera que ella al poquito rato de entrar a la casa. Pero no fue Frest el primero en acostarse con ella. Su padrastro de tanto asomarse a la ventana para llamarla, empezó a mirarla cada vez más tiempo antes de pegar el grito que la reclamaba para cenar o dormir. Un día se sorprendió tocándose por encima del pantalón mientras miraba como Frest levantaba la parte baja del vestido de la medio hermana de su hijo, metiendo la mano entre las dos nalgas que devoraban los dedos hasta los nudillos, junto a la diminuta ropita interior al compás de sus inquietantes contorneos, mientras sus bocas seguían aplastando unos labios contra otros, saboreándose comisuras, lenguas, mejillas e incluso orejas, sin reparar en un eventual vello o la astilla de un taco de cera.
Encrucijada
Todo comenzó cuando Toscar hizo un movimiento brusco por un repentino dolor lumbar y al regresar a su posición perdió estabilidad, trató de sujetarse pero ya era tarde, la cabeza había comenzado a tirar del cuerpo hacia abajo y cayó con todo su peso sobre el hombro, del toro mecánico con que extraía los pallets dispuestos en stock en la nave industrial en la que llevaba dos años trabajando. Tuvo fractura de clavícula y una vértebra dorsal, el yeso lo tuvo que llevar puesto seis meses, cada dos meses se lo renovaron por el desgaste y para analizar el progreso de la cura, esos instantes los aprovechaba para rascarse, ventilarse, asearse, moverse y volverse a rascar con una sensación de alivio retrospectivo que le proporcionaba un placer orgiástico.
A los seis meses, cuando le retiraron el yeso se dirigió al departamento de Recursos Humanos para ponerse a disposición de la empresa y comenzar a determinar cual sería la cuantía de su indemnización. La empresa le comunicó dos decisiones en ese mismo instante, ni regresaría al trabajo ni recibiría un solo céntimo por su accidente laboral. Ahí comenzó la andadura por el desierto de adhesiones, solidaridades y apoyos de parte de la ley para Toscar, cada día que pasaba en su lucha por reparar lo que consideraba una injusticia medieval se quedaba más solo en el apoyo en público, más acompañado en el apoyo en privado, pero sobre todo más indignado y apertrechado de una fuerza de voluntad que desconocía en absoluto directamente proporcional a la profundidad de su enfado, rellenando un espacio destinado en exclusiva a la depresión,.
Del dinero que tenía ahorrado le quedaba más o menos para una semana de compras de alimentos al más bajo precio que se conseguía en el barrio. Había un supermercado a cuatro kilómetros pero debía ir en coche y si lo que gastaba en combustible era el doble de lo que se ahorraba en la compra. Pero ese día dijo “basta” y se fue a un restaurante del barrio aledaño, en la avenida principal, donde se gastó en comer con su vino y su postre todo lo que le quedaba para alimentarse en su semana de despedida de la resistencia pasiva, decidió apresurar el ¡puafata! el ¡tawata! el ¡bumbata! Tal como pensaba que sonaría el trastazo contra la acera, el choque contra la acera amortiguado por las ratas o las navajas de los pendencieros de la calle, la curvatura convexa de los baches, la caricia de las agujas de de las jeringas y el brillo de los vidrios de las botellas.
Fue de casa en casa de amigos, familiares que todavía no estaba podridos de verlo, tocando timbres a horas intempestivas o demasiado apropiadas, justo cuando al cacerola salía de la hornalla. Se dio cuenta de lo buena que puede ser la gente, que acaso en algún recodo del camino pudo haber no contado con toda la suerte que habría deseado atesorar, y que puede haber sido producto de la acción de algún o alguna hijo o hija de la remil puta, pero que en general cada cosa que él tocaba buscando alguno de los sucedáneos del amor le respondían afirmativamente, pero eso sí, gente sin poder.
Su novia, Katja, encontró demasiado pedregosa la relación, había pasado de divertirse siempre que se veían, haciendo el amor y el humor, a pasar estrecheces y discutir haciendo un tumor. Así que sintiéndolo mucho, con el dolor de su alma lo dejó en Pampa y la vía más tirado que un dardo. Toscar dijo que lo entendía, -cómo no te voy a a comprender si esto es un desastre, si no te apoyo más es porque el otro soy yo- Esos conocidos que a veces llamamos amigos, pero que sirven muy poco más que para ir a tomar un helado o una cervezas, también de a poco, sin declaración de ruptura como la novia, se alejaron de igual manera, comenzó a haber una sensación de frío allí por donde pisaba Toscar que lo llevó a sentirse una especie de súper héroe de los cómics. -Nadie está cerca de Batman ni de Superman, mucho menos de Flash o Linterna Verde- pensaba Toscar – aunque seguramente todos los habitantes de la ciudad de Gotham o los colegas de Clark Kennt querrían tocarlos, pasar dos segundos a su lado, sacarse unas selfies anacrónicas con cámaras Kodak descartables o mejor aún con Polaroids, era distinto en este sentido, pero si se hubiese hecho una instantánea de Superman y una de él, estarían idénticamente solos frente a los que les esperaba.
La ventaja de pensar en un súper héroe solitario en lugar de en un apestado, es que le daba la capacidad de pensar en cual sería su próximo paso en vez de salir disparado queriendo dejar su culo atrás. Toscar sabía que el engaño solo dependía de la posición que uno tomase en el relato, cualquiera fuese su sinopsis. Primero empezó como un mandato para reforzar su confianza en tiempos de telarañas, pero de a poco se fue convenciendo de que, en efecto, aquello que no lo mataba lo hacía más fuerte, y desde luego la soledad no era en modo alguno una amenaza.
Albertico, su amigo casi hermano, aunque como él solía decir “hermano no, porque el propio hijo de mi madre es una mierda” al revés que los otros, se aproximó más en la medida que la mala suerte iba cercando a Toscar e iba despejándole el camino de obstáculos para caer hasta el último peldaño de su yo más desprovisto de falsas apariencias, de barnices, luces y adornos. Un yo que no estaba compuesto de adoquines ni de estiércol como solía conocer, sino de tierra seca, casi polvo de tierra, sin piedras ni plantas. Albertico era cazador. Salía cada mañana a resolver las ecuaciones que la vida le planteaba para poder llevar algo a la olla. Era una manera de decir ya que frecuentemente resolvía recursos para una temporada, en los peores casos era como cazar una perdiz y en los mejores, ¡ay los mejores! Todavía nunca había chocado con las mejores tardes de caza, pero se acercó un par de veces alzándose con un buen turrón. De todos modos aunque Albertico se creyese un mago de la calle, el ventilador de la aspiradora, estaba tan lleno de códigos impuestos por la corrección caballeresca del ladrón y estafador prejuicioso, ni viejos ni menores, ni a mujeres ni a hombres demasiado nobles, ni a débiles ni a pobres, que parecía más bien un bombero de salvataje de alta montaña en vez del delincuente que creía ser. Al principio su estrecha amistad se debía a que Albertico se había singado a la hermana de Toscar, era una hermana mayor, y era hija de la madre con otro padre, no era para tanto pero dentro de ese decálogo de comprotamientos de Albertico eso no estaba del todo bien, así que al inicio sintió compasión por el amigo, como si fuese un poco cornudo, era solo la hermana pero bueno una hermana tan linda, en fin. Sentía culpa, pero con el tiempo fue afianzando la amistad de tal manera que quien le aconsejaba las vías de escape o coartadas en sus "palos" era Toscar, que no tenía ni idea siquiera de como robarse un dulce de un kiosco. Sin embargo al muy cabrón se le daba bien orquestar planes, era como un campeón de ajedrez, pensaba en todo.
El inminente pasado
Ayer me reía con una amiga sobre lo que habría sido nuestra juventud y la de nuestras amistades, en esta era de retorno a imposiciones monacales refrendadas en leyes punitivas con el desborde del deseo.
Recordaba un día que compartiendo entre tres parejas en el Turquino del Hotel Habana Libre, una de las novias ajenas comenzó a arrimarse al muslo opuesto al que compartía con mi novia ocasional de entonces. De a poco comenzamos a acariciarnos disimuladamente en la medida que el ron iba desatando el rock'n'roll en la cuna de nuestros mutuos deseos, así llegamos entre chistes y conversaciones banales en la mesa redonda, a meter las manos en nuestros respectivos underwears y darnos ese tipo de placer sabroso, por furtivo y reprochable. En esas circunstancias no podíamos llegar al final dada la proximidad de nuestros respectivos "amores" así que decidimos tácitamente presentar nuestras excusas por ausentarnos para acudir a la llamada del mingitorio y/o quien sabe, del inodoro. Al final usamos un pasillo interior a la cocina del restaurante Sierra Maestra, que yo conocía bien por haber vivido en ese hotel años atrás, para echarnos uno de esos palitos tan ricos como plagados de justificado sigilo, podían aparecer camareros, capitanes, empleados, ascensoristas, novia o novio y convertir el palo en un monumento al chasco. O al galletón.
Se nos ocurrió traer a día de hoy esta anécdota frecuente, común, conocida por todos y varias veces reproducida por muchas parejas en toda La Habana en aquellos años de derroche orgásmico, en idéntico o diferentes emplazamientos con distintas o incluso algunos de los mismos protagonistas, vaya usted a saber como terminó el pis que se fue a echar mi novia una hora antes, una después, o la semana de nuestro clímax de "amol".
Hoy la chica, de la que evitaré recordar el nombre, se habría dirigido a mi en voz firme antes del intento de aproximación:
-Chuchi, a pesar de estar con mi novio y tú con la tuya me estás despertando un gusanito, aunque por ser mujer estoy libre de esta obligación, públicamente, con suficientes testigos presentes, en este acto me gustaría pedir permiso para aproximarme a una distancia acaso poco apropiada para los cánones del buen decoro.
Yo mirando a mi compañera al lado izquierdo y a su maromo a su lado derecho, a mi vez declararía:
-Sí, con mucho gusto y por supuesto sin precisar la aprobación de nuestros respectivos "cornudos" aunque solicitando su amable comprensión.
-Bueno, dale- bufa mi novia- lo apruebo comprensiva de la necesidad de que un renovado flujo seminal desatasque los obstáculos que todo considerable tiempo de relación sedimenta, en cambio de la galleta que a esta descarada en otros tiempos no se la quitaría de encima ni el más bravo resoplido de un futuro inminente.
-Como no, procedan- rajaría el novio- ¿qué remedio? en épocas pasadas habríamos sucumbido por el influjo de los impulsos primitivos desatando una bochornosa despingazón en lugar de esta civilizada quietud que nuestra sangre mediterránea supo, contraria a los prejuicios atávicos, finalmente conquistar.
Y entonces, ya me tocaría a mi preguntar:
-Dado que “sólo sí es sí”, no valen supuestos, ni aproximaciones mutuas sino la expresa aprobación verbal atestiguada, estimada compañera casual de este amistoso convite, ¿aprobarías que mi mano se deslizase bajo tu falda acariciando esos deseados muslos y la vulva presumiblemente entrañable?
- Por supuesto mi improvisado y sorpresivo aunque ya muy deseado vecino de asiento, y si no tienes inconveniente, ya, apresurando trámites, te solicitaría la aprobación expresa, para pasado un rato de arrumacos, cuando los suspiros y secreciones en aumento lo justificasen, tras excusarnos debidamente con la mesa, ¿podríamos dirijamos a un pasillo umbrío o a un rincón apartado a echarnos uno de esos emergentes, divinos palos de parado?
-Sí, concedo mi total aprobación. Por favor amable mesa entera, que figuren ambas declaraciones de consentimiento mutuo, bajo la acreditada total posesión de conciencia sobre nuestros actos, para que tenga lugar, aquí y hoy, en efecto, este cuernito, al que ya de adrenalinico, camuflado y clandestino no le quedan ni los agujeros de los calcetines.
Tortura estatal
Mi posición desde al menos que tenía once años cuando encarcelaron a mi padre por espacio de tiempo de ocho años y medio: no creo en la cárcel en ningún caso, ni en un simple robo, ni en una violación, ni para poderosos fascistas como Videla, sus torturadores, los esbirros cubanos, o estas dos chicas que torturaron y violaron a su hijo de cinco años de manera cotidiana, para concluir descuartizándolo.
Así como fue revolucionario el concepto de prisión frente al de tortura y muerte pública, con descuartizamientos y hogueras, cuando se consideró que la mezcla de castigo y tiempo de reflexión recluido era más humano, menos salvaje, que el despedazamiento para goce del pueblo sediento, cual plaza de toreo o torre Maya, de sangre y dolor. Desde el siglo pasado la ciencia conoce que la prisión solo acentúa las perversiones, las parafilias y el sentimiento de odio a la sociedad. Ya Víctor Hugo decía en los Miserables, que el penúltimo escalón de la especie humana era el preso, pero el último estaba reservado para el guardacárcdel.
Creo que alejarnos de castigos vengativos, nos cura como comunidad a todo nivel, regional o universal, volcar todo nuestro esfuerzo en conseguir, que un día los delincuentes y criminales entiendan, desde la génesis, desde el nacimiento de sus perturbaciones, no desde la culpa, que algo hicieron mal, muy mal o malísimamente mal. Esto entronca con la polémica suscitada en España por algunas consecuencias de la ley popularmente conocida como "Sólo sí es sí" en la que algunos reos ven disminuída su condena de dieciseis años a catorce, haciendo énfasis en que la ley es mala porque el torturado castigado por el Estado sufre un par de años menos. Claro no digo que salgan a la calle, sino que de entrada sean atendidos, todos los criminales, de todas las modalidades, allí donde la gravedad de su caso lo requiera.
Existen casos que se podrán liberar a convivir en sociedad y casos que nunca podrán ser siquiera expuestos a dicha evaluación. Pero en todos ellos sería un avance que si bien no nos colocaría como un ejemplo de velocidad en temas de vanguardia, pero al menos, con rezago, nos auxiliaría en la búsqueda de un mundo atento a las cuestiones que nos hagan mejores individuos, y con ello mejor comunidad.
Mezquindad por partida doble
Estoy ciertamente shockeado por el comentario de un conocido de las redes, del cual no diré el nombre, pero sí que proviene de esas generaciones que como yo, llamábamos monstruos, crueles, aberraciones de la naturaleza a los dictadores de América Latina (ellos a los de una adscripción ideológica, yo a todos), y aun peor a sus esbirros torturadores. Hoy me sale defendiendo subrepticiamente, claro, porque a nadie en sus sanos cabales se atreve a protegerlas abiertamente a las madres de Lucio Dupuy que lo torturaron periódicamente teniendo cinco años, partiéndole bracitos, quemándolo con cigarrillos, pinchándolo con tijeras, propinándole duras palizas en la cara y todo el cuerpito, lo violaron con un consolador, rompiéndole los esfínteres, el anito, y lo mataron como a Tupac Amaru destrozándolo, tras lo cual festejaron con vino merca y muchas risas por haber acabado del todo y de la manera más cruel con un varón presente y futuro macho. Todo esto con el abandono de sus obligaciones de todas las instituciones que debieron cuidar de Lucio, desde la jueza que arrebató al niño de los brazos del padre, al jardín de infantes que no advirtió a las autoridades cuando el niño asistía frecuentemente con los brazos partidos, golpes, moretones, quemaduras, al igual que del hospital donde varias veces tuvieron que llevarlo porque se habían "pasado" en la tortura. Acaso temerosos de una reprimenda jerárquica coaptada por la más acérrima misandría, enemiga a muerte del espíritu igualitario del feminismo, otra cosa habría sido si al nene lo hubiesen llevado así mismo dos padres gays, o una pareja heterosexual, casos en los cuales de inmediato, con toda probabilidad se habrían encendido todas las alarmas.
Este buen samaritano con estas harpías, mientras, como todos nosotros, nunca escondió sus sentimientos hacia los torturadores de las dictaduras de derechas e izquierdas, que no se dedicaban a aplicar tormentos a niñitos y menos aún que fuesen sus hijos, o sea aun menos crueles que estas dos porquerías, sin embargo consideraba que con estas había que tener compasión y entender que las circunstancias socioeconómicas o psicológicas las llevaron a ser así.
En Primera diré que por supuesto, como a Hitler, a Videla, a Guarapo Stalin y todos sus esbirros, ninguno nació mordiendo la teta de la madre y buscando con los deditos el corazón para destrozarlo, y no por ello vamos a profesarles la ternura que alguno que otro muestra con estas dos criminales, aun cuando los crímenes de aquellos esbirros siendo execrables lo eran mucho menos que el de las dos en cuestión, al no concurrir agravante de edad y de parentesco.
En Segunda diré que he vivido ambientes de gente ralamente criada en la peores condiciones que se pueden criar en América Latina, conocí por casualidad al peor tipo del Morro de los Macacos de Río de Janeiro en el año mil novecientos noventa, daba miedo su mirada, conocí al Turco, el primer caso de SIDA heterosexual de Argentina, que llegó a dejar en garantía a Micky su hijo menor, en la Villa del Bajo Flores por una bolsa de merca de cinco gramos, y que Claudia, la madre, que había sido mi compañera de curdas, ocupaciones de casas y sustento cuando estuve preso en Villa Gesell, por, en este caso sí, error policial, al cabo de pocas horas fue a pagar lo que el Turco debía, pero aquel ser despreciable ni violó ni mató, ni siquiera le pegaba a su hijo. Y del brasilero Bibinho a quien debí conocer para obtener permiso de subir a casa de la Paraguaia que trabajaba conmigo lavando platos en Sat's , se comentaban en el morro numerosos crímenes, incluso sobre cabezas cortadas, pero ninguna a su propia descendencia. O sea que si fuese por las condiciones de vida pobres, toda América debería estar llena de esta bestias y en África no se podría decir ni - hola- . Y la verdad es que este fue el caso más sangrante que he escuchado en todo mi ya, considerable tiempo de vida.
Lo cual demuestra que no solo la crueldad es infinita, inagotable, sino que también puede serlo la completa irresponsabilidad enajenada o la más cruda mezquindad. Como el objetivo de las torturadoras, violadoras y asesinas no era un militante de izquierda o de derecha, mayor que sabe lo que hace, sino un niñito de cinco años absolutamente inocente del todo, y encima hijo, pues les importa un bledo.
Mi precepción, al menos desde que mi padre cayó prisionero y permaneció así por espacio de ocho años y medio, es que todo castigo estatal es venganza, y es un crimen aberrante. Hay que buscar nuevas formas de tratar lo que salió mal, en la mayoría de las veces por nuestra propia falta de responsabilidad, aun cuando hay que entender que existen casos imposibles de recuperar.