A los 12 años fui como extra a la filmación de una escena de la Matanza de Iquique, de Pedro Chaskel y Fedora Robles junto con Pedrito y Paula sus hijos, en las afueras de La Habana, y en un descanso subimos a una locomotora abandonada, de no sé si era un viejo central o una estación de tren. Cuando vimos que se podía subir al techo subi y me puse a correr por el techo cilíndrico de la vieja locomotora. Resbalé y caí a la hierba crecida cuando apoyé las manos una me quedó sobre un cambolo grande, el resultado fue que me fracturé la muñeca. Así fue mi primer yeso que cubría solo el antebrazo, podía meter una regla para rascarme cuando era insoportable la picazón. Me sentía Tarzán, un brazo roto, "ese seguro es un tigre, un fiera, un aguanta dolor y un salvaje" pensaba que pensaban y me pavoneaba con mi yeso entre niñas que pensarán "que clase de comemierda, sube a una locomotora abandonada, se cae y se rompe el brazo, ahora no puede bañarse en la piscina todo el verano"
Otra vez, al poco tiempo estaba corriendo por el segundo piso del Hotel Habana Libre, con Fernando, Pedrito, Manuel y Ronnie, y me resbalé justo frente a las Cañitas, apoyé los dedos de la misma mano, la izquierda y me fisuré tres dedos: meñique, anular y medio. Nuevamente yeso, ya no me pavoneaba tanto, empezaron las bromas, "el hombre yeso", "la momia" y por ahí, pero aún así era una gloriosa herida de guerra. Cuando por ventura quedase a merced de un grupo de negros guapos, pensarían "cuidado con el múcaro que es un tipo es un hueso, no le tiene miedo a nada sale de una fractura y entra en otra". Clin, caja. ganancia. Ese yeso también llegaba hasta antes de la articulación.
La tercera vez fue en Guanabo, ya vivía en Alamar, y estuve primero apuntado en judo en Cojimar, una belleza tomar el bote de madera a diez centavos, y escuchar el remo en el agua y el ruido de la soga, el sopote y el remo al accionarlo el chalupero. Pero había poca gente, eran más los de esgrima, y dos compañeros de clase iban a Guanabo que era un club deportivo grande, importante, entonces me apunté ahí. Lleno de pibes, un profesor que mandaba a correr varias manzanas, pero era un club de verdad, y Guanabo era también pintoresco, sobre todo tras el puente de madera. Rompí caídas en las ocho modalidades, aprendí varias proyecciones, y en la primera competición en se cogía cinturón de color, en mi caso amarillo, me metieron un estrallón sucio, que solo fue un quinto de punto, llamado koka, o sea faltaban cuatro kokas más para perder, o un wasari y un yuko, o claro, un ipón. Pero no pude seguir el sonido fue estruendoso, y el dolor y la hinchazón no se hicieron esperar. Tuve que levantarme del tatami y salir al policlínico acompañado por el profesor. Un desastre, fisura doble en el codo, hemorragia interna y salida del líquido de la articulación. Me pusieron un yeso en forma de L y el médico me dijo que recordase encarecidamente, que en cuanto me quitasen el yeso, a los 45 días, fuese a fisioterapia y ultrasonido porque aunque la fisura era leve era en un sitio complicado. Estuve 45 días con el yeso, sin saber por donde meter la regla para rascarme, las "manuelas", por suerte, eran con la diestra. Todos firmaban en el yeso, "el hombre momia". Al salir de la escayola no fui a fisioterapia y fui solo a dos sesiones de ultrasonido, resultado: nunca más pude enderezar el brazo completamente. Me quedó el codo medio trabado, por no darle bola al doctor.
Detrás de casa había un jardín cercado, donde sesionaba un circulo infantil y un área botánica de distintos árboles, que más tarde fue un lugar para bailar música de guapería los sábados. Piñazos, patás y mordidas se vieron sin compasión. Me subí con un conocido del barrio Orama, a un árbol de mango, no era época todavía, pero ya había algunos mangos pitones. Lo único es que estaban demasiado alto. Hasta ese día yo trepaba a los árboles que parecía un mono. De verdad, me gustaba pensar que tenía esa habilidad por mi parentesco más cercano que el resto de humanos con los simios, ya que un año en que falté cuatro meses lectivos a la escuela Felipe Poey, me hice amigo de un chimpancé pequeño en el Zoológico de Nuevo Vedado a donde iba cada tarde que no descargábamos en casa de mi amigo Carlitos Cecilia. En fin, el tema es que subí como llevado por Mandinga a las ramas más altas pero también menos gruesas del árbol, le dije a Orama "brother, ahí veo un mango pintón, que está casi maduro". Eran mangos machos, generosos, carnosos, con uno bueno podíamos comer ambos. Comencé a caminar sobre una rama, agarrándome de otra de más arriba y cuando logré coger el mango mis pies sintieron como se partió su apoyo, caí al vacío desde una altura de una cuarta planta pero con la suerte que fui dándome golpes en la caída con ramas cada vez más gruesas que aminoraban la velocidad rumbo al suelo. Entre la muñeca y el codo me partí el cúbito y el radio y se salieron del lugar, empecé a dar vueltas en el suelo y a echar espuma. Cuando me desperté estaba a hombres de mi madre o de la Negra Ángela, que me daba los H. Upmann y los Montecristo que fumaba escondido. Y cuando me volví a despertar estaba en el policlínico de la zona 5. El médico dijo ¡aguanta! y tiró de la mano mientras otro sujetaba el brazo, revolvió los huesos y la carne hasta que encontró, no encajar de manera perfecta, pero al menos sí hueso con hueso. La gente que sabe dice que el tipo hizo un trabajo de locos, porque si tenía que esperar a llegar al Fructuoso Rodríguez en el Vedado, el brazo podría tener que ser operado. Recién entonces me llevaron al Ortopédico, el doctor dijo que estaba perfecta la faena del médico de urgencia, y me enviaron a dormir al neurológico, ahí cerca, por si acaso, para quedar en observación. Probablemente el golpe me recolocó el cerebro dotándome de una inteligencia y refinamiento intuitivo superlativo, o quizás me dejó turulato agilipollado para casi siempre, Nunca se sabrá, como en la película de Peter Sellers "The Gardener". Lo que sí se supo cuando a los 45 días me sacaron el yeso es que la muñeca me quedó rara. Nunca más trepé con esa intrepidez y velocidad ningún árbol. Ni me subo a una montaña rusa, ni a ninguna atracción de feria que especule con las alturas y el movimiento.
Varios años más tarde, habiendo dejado a Patricia en la casa en que paraba de Pepín y de Azucena en Entre Ríos al 400, donde también vivía el histórico Manuel Lamana, yendo a tomar el colectivo que me dejaría en Córdoba y Anchorena donde vivía, se me tiraron encima tres tipos, se agarraron a mi reloj, y no me dieron chance a darles las tres chirolas que llevaba encima y que me exigían dando voces, me tiraban golpes de los que sin otra posibilidad debía defenderme como pude, pasaban muchos automóviles, había una garita con policía en el Congreso de la Nación, frente a donde me estaban friendo y nadie hizo nada. En ese tiempo la merca era muy barata en Buenos Aires y había una importante cantidad de gente enganchada, como incluso yo lo había estado un tiempo antes, pero jamás salí a domar a nadie, los pibes estaban sacados y querían aunque fuese un paase más. Uno fue a pegarme con algo que tenía en la mano en la cabeza, levanté la extremidad para proteger la mollera, y "crack" llegó de visita el ruido familiar de mi brazo izquierdo. De los gritos que di se fueron rajando, corrí hasta donde Entre Ríos se convierte en Callao y tomé un taxi, llegué a casa y me acosté a dormir. Durante la noche el dolor era tremendo así que me puse el pantalón como puede y me fui al Hospital Fernández. Rayos X, fractura del cúbito y yeso por otros 45 días.
O sea, señores, mi brazo izquierdo tras cinco sucesos de rotura, con hasta nueve fracturas, levantando el peso limite en el gimnasio, impulsando el agua en cada brazada descompensado con el derecho, hasta cubrir el kilómetro en natación de piscina o mar, aunque no se note, es, como en la literatura de ciencia ficción o de fantasía, uno de esos muertos vivos, sobrevivientes del volcán de un dios devorador, que en sus huesos astillados catalizó todos esos otros suicidios, en los que no se me ocurrió pensar más de dos horas seguidas.
Hoy haciendo unas planchas en el suelo, cuando sentí los pequeños dolores de todas las fracturas juntas, pensé que hay gente con mala pata, yo tuve mal brazo, o acaso no, pobrecito, se hizo cargo de todos los porrazos físicos tangibles, y quien sabe de cuantos más de corte espiritual.